Escrito: mayo de 1970
Fuente: folleto interno original
Traducción: Jordi Martorell, 2025
Sin una perspectiva, un programa y una política internacionales, es imposible construir un movimiento capaz de afrontar las tareas de transformación de la sociedad. Una Internacional es un programa, una política y un método, y su organización es el medio para llevarlo a cabo. La necesidad de la Internacional se deriva de la posición de la clase obrera a nivel internacional. Esta, a su vez, ha sido desarrollada por el capitalismo a través de la organización de la economía mundial como un todo indivisible. Los intereses de la clase obrera de un país son los mismos que los de los trabajadores de los demás países. La división del trabajo establecida por el capitalismo sienta las bases para una nueva organización internacional del trabajo y la producción planificada a escala mundial. Por lo tanto, la lucha de la clase obrera en todos los países constituye la base del movimiento hacia el socialismo.
El capitalismo, a través de la propiedad privada de los medios de producción, desarrolló la industria y destrozó el particularismo local del feudalismo. Rompió las arcaicas costumbres, los peajes y las exacciones del feudalismo. Su gran creación es el Estado nacional y el mercado mundial. Pero una vez cumplida esta tarea, se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la producción. El Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción obstaculizan el desarrollo de la sociedad. Las posibilidades de producción solo pueden aprovecharse plenamente mediante la abolición de las barreras nacionales y el establecimiento de una federación europea y mundial de Estados obreros. Estos, con la propiedad estatal y gestión obrera, son una etapa de transición necesaria en el camino hacia el socialismo. Son estos factores los que dictan la estrategia y la táctica del proletariado, tal y como se refleja en su dirección consciente. En los aforismos de Marx, «los obreros no tienen patria» y, por lo tanto, «obreros de todos los países, uníos».
Con estas consideraciones en mente, Marx organizó por primera vez la Primera Internacional como medio para unir a las capas avanzadas de la clase obrera a escala internacional. En la Primera Internacional se encontraban sindicalistas británicos, radicales franceses y anarquistas rusos. Guiada por Marx, sentó las bases para el desarrollo del movimiento obrero en Europa, Gran Bretaña y América. En su día, la burguesía tembló ante la amenaza del comunismo en forma de la Internacional. Esta se arraigó profundamente en los principales países europeos. Tras el colapso de la Comuna de París, se produjo un auge del capitalismo a escala mundial. En estas condiciones, las presiones del capitalismo sobre el movimiento obrero dieron lugar a disputas internas y faccionalismo. Las intrigas de los anarquistas cobraron un mayor impulso. El crecimiento del capitalismo en un auge orgánico afectó a su vez a la organización internacional. En tales circunstancias, tras trasladar primero la sede de la organización a Nueva York, Marx y Engels decidieron que, por el momento, era mejor disolver la Internacional [en 1876].
La labor de Marx y Engels fructificó en la creación de organizaciones de masas del proletariado en Alemania, Francia, Italia y otros países, tal y como Marx había previsto. Esto preparó, a su vez, el camino para la organización de la Internacional sobre los principios del marxismo, abarcando a masas más amplias. Así, en 1889, nació la Segunda Internacional. Pero el desarrollo de la Segunda Internacional se produjo en gran medida en el marco de un auge orgánico del capitalismo y, aunque en palabras defendían las ideas del marxismo, las capas superiores de la socialdemocracia mundial se vieron sometidas a la presión del capitalismo. Los dirigentes de los partidos socialdemócratas y las organizaciones sindicales de masas de la clase obrera se contagiaron de los hábitos y el estilo de vida de la clase dominante. La costumbre de transigir y discutir con la clase dominante se convirtió en algo natural. La negociación de las diferencias mediante el compromiso moldeó sus hábitos de pensamiento. Creían que el aumento constante del nivel de vida, debido a la presión de las organizaciones de masas, continuaría indefinidamente. Los dirigentes se elevaron un escalón por encima de las masas en sus condiciones de existencia. Esto afectó a las capas dirigentes de los parlamentarios y los sindicatos. «Las condiciones determinan la conciencia» y las décadas de desarrollo pacífico que siguieron a la Comuna de 1871 cambiaron el carácter de la dirección de las organizaciones de masas. Sosteniendo de palabra el socialismo y la dictadura del proletariado, y defendiendo el internacionalismo con frases, en la práctica la dirección había pasado a apoyar al Estado nacional. En la Conferencia de Basilea de 1912, con las crecientes contradicciones del imperialismo mundial y la inevitabilidad de la guerra mundial, la Segunda Internacional decidió oponerse por todos los medios, incluyendo la huelga general y la guerra civil, al intento de arrojar a los pueblos a una matanza sin sentido. Lenin y los bolcheviques, junto con Luxemburgo, Trotski y otros dirigentes del movimiento, participaron en la organización de la Segunda Internacional como medio para liberar a la humanidad de las cadenas del capitalismo.
En 1914, los líderes de la socialdemocracia en casi todos los países corrieron a apoyar a su propia clase dominante en la Primera Guerra Mundial. Tan inesperada fue la crisis y la traición a los principios del socialismo, que incluso Lenin creyó que el número de Vorwaerts, el órgano central de la socialdemocracia alemana, que contenía el apoyo a los créditos de guerra, era una falsificación del Estado Mayor alemán. La Internacional se había derrumbado vergonzosamente ante la primera prueba seria.
Lenin, Trotski, Liebknecht, Luxemburgo, MacLean, Connolly y otros dirigentes quedaron reducidos a dirigir pequeñas sectas. Los internacionalistas del mundo en 1916, como bromeaban los participantes en la Conferencia de Zimmerwald, cabían en unas pocas diligencias. Lo inesperado de la traición llevó a los internacionalistas, aislados y débiles, a tender hacia la ultraizquierda. Para diferenciarse de los «social patriotas» y los «traidores al socialismo», se vieron obligados a re-establecer los principios fundamentales del marxismo: la responsabilidad del imperialismo por la guerra, el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades, la necesidad de conquistar el poder y la separación de la práctica y las políticas del reformismo. Lenin había declarado que la idea de que la Primera Guerra Mundial era una «guerra para acabar con todas las guerras» era un cuento de hadas pernicioso de los dirigentes obreros. Si la guerra no iba seguida de una serie de revoluciones socialistas exitosas, sería seguida de una segunda, una tercera, incluso una décima guerra mundial, hasta la posible aniquilación de la humanidad. La sangre y el sufrimiento en las trincheras en beneficio de los monopolistas millonarios provocarían inevitablemente una revuelta de los pueblos contra la colosal matanza.
Estos principios encontraron su justificación en la Revolución Rusa de 1917, bajo la dirección de los bolcheviques. A esta siguieron una serie de revoluciones y situaciones revolucionarias entre 1917 y 1921. Sin embargo, las jóvenes fuerzas de la nueva Internacional, fundada oficialmente en 1919, eran débiles e inmaduras. Como consecuencia, aunque el efecto de la revolución rusa fue provocar una ola de radicalización en la mayoría de los países de Europa occidental y la organización de partidos comunistas de masas, estos eran demasiado débiles para aprovechar la situación. Las primeras oleadas de radicalización vieron a las masas orientarse hacia sus organizaciones tradicionales y, debido a la inexperiencia, la falta de comprensión de la teoría, el método y la organización marxistas, y a su inmadurez, los jóvenes partidos comunistas fueron incapaces de aprovechar la situación. Así, el capitalismo pudo estabilizarse temporalmente.
En la situación revolucionaria de Alemania en 1923, debido a las políticas de la dirección, que atravesó la misma crisis que la dirección del Partido Bolchevique en 1917, se perdió la oportunidad de tomar el poder. Después de esto, el imperialismo estadounidense se apresuró a acudir en ayuda del capitalismo alemán por temor al «bolchevismo» en Occidente. Esto preparó el camino para la degeneración de la Unión Soviética, debido a su aislamiento y atraso, y a la corrupción y la putrefacción de la Tercera Internacional.
En 1924 se inició la consolidación de la burocracia estalinista y su usurpación del poder en la Unión Soviética. Un proceso similar al que había tenido lugar en la degeneración de la Segunda Internacional a lo largo de décadas, se produjo en un corto período de tiempo en la Unión Soviética. Habiendo conquistado el poder en un país atrasado, los marxistas se preparaban con confianza para la revolución internacional como única solución a los problemas de los trabajadores de Rusia y del mundo. Pero en 1924, Stalin se presentó como representante de la burocracia que se había elevado por encima del nivel de las masas obreras y campesinas.
Donde «el arte, la ciencia y el gobierno» habían seguido siendo su dominio exclusivo, en lugar de las ideas de Marx y Lenin sobre la participación en el gobierno y la gestión de la industria por parte de las masas populares, pasaron a primer plano los intereses creados de las capas privilegiadas. En el otoño de 1924, Stalin, violando las tradiciones del marxismo y el bolchevismo, sacó a relucir por primera vez la teoría utópica del «socialismo en un solo país». Los internacionalistas bajo Trotski lucharon contra esta teoría y predijeron que daría lugar al colapso de la Internacional Comunista y a la degeneración nacional de sus secciones.
La teoría no es una abstracción, sino una guía para la lucha. Las teorías, cuando se ganan el apoyo de las masas, deben representar los intereses y la presión de los grupos, castas o clases de la sociedad. Así, la teoría del «socialismo en un solo país» representaba la ideología de la casta dominante en la Unión Soviética, esa capa de burócratas que estaban satisfechos con los resultados de la revolución y no querían que se alterara su posición privilegiada. Fue esta perspectiva la que comenzó a transformar la Internacional Comunista de un instrumento de la revolución internacional en un mero guardián de las fronteras para la defensa de la Unión Soviética, que se suponía estaba construyendo afanosamente el socialismo por su cuenta.
Se produjo entonces la expulsión de la Oposición de Izquierda, que defendía los principios del internacionalismo y el marxismo, de los partidos comunistas. La derrota de la huelga general británica y de la revolución china de 1925-1927 prepararon el camino para este desarrollo. En esta etapa se trataba de «errores» en la política de Stalin, Bujarin y sus secuaces. Se trataba de su posición como ideólogos de la capa privilegiada y de las enormes presiones del capitalismo y el reformismo. Estos errores de la dirección habían condenado al movimiento proletario de otros países a la derrota y al desastre.
Después de quemarse los dedos tratando de conciliar con los reformistas en Occidente y la burguesía colonial en Oriente, Stalin y su camarilla zigzaguearon hacia una posición ultraizquierdista, arrastrando consigo a la dirección de la Internacional Comunista. En lugar de abogar por un frente único para impedir que el fascismo llegara al poder en Alemania, dividieron a los trabajadores alemanes en lugar de abogar por un frente único para impedir que el fascismo llegara al poder en Alemania, y así prepararon el camino, mediante la parálisis del proletariado alemán, para la victoria de Hitler. La degeneración de la Unión Soviética y la traición de la Tercera Internacional prepararon a su vez el camino para los crímenes y la traición de la contrarrevolución estalinista en la Unión Soviética.
Aparte de la nacionalización de los medios de producción, el monopolio del comercio exterior y la producción planificada, no queda nada del legado de Octubre. Las purgas, la guerra civil unilateral en la Unión Soviética, tuvo su contrapartida en los partidos de la Internacional Comunista. La victoria de Hitler y las derrotas en España y Francia fueron el resultado de estos acontecimientos. De 1924 a 1927, Stalin se basó en una alianza con los kulaks y los «hombres de la NEP» en la Unión Soviética y en la «construcción del socialismo a paso de tortuga». Al mismo tiempo, en el extranjero, el estalinismo defendía una «neutralización» de los capitalistas y una conciliación con los socialdemócratas como medio para «repeler» la amenaza de la guerra. La derrota de la Oposición de Izquierda en la Unión Soviética, con su programa de retorno a la democracia obrera y la introducción de planes quinquenales, se debió a las derrotas internacionales del proletariado, causadas por las políticas estalinistas.
De postrarse ante los socialdemócratas y otros «amigos de la Unión Soviética» internacionales, la Internacional Comunista pasó a la política del «tercer periodo». La crisis de 1929-1933 se suponía que iba a ser «la última crisis del capitalismo». El fascismo y la socialdemocracia eran gemelos, y estas «teorías» allanaron el camino para las terribles derrotas de la clase obrera internacional.
Al mismo tiempo, las políticas de la Oposición de Izquierda en Rusia ganaron a los elementos más avanzados de los partidos comunistas más importantes del mundo. El libro de Trotski Lecciones de octubre, trataba de las lecciones de la revolución abortada de 1923 en Alemania. El programa general de la Oposición en el país y en el extranjero fue respondido con expulsiones no solo en el partido ruso, sino también en las principales secciones de la Internacional. Hubo un auge de grupos opositores en Alemania, Francia, Gran Bretaña, España, Estados Unidos, Sudáfrica y otros países. El programa de la Oposición en ese momento era el de la reforma en la Unión Soviética y la Internacional, y la adopción de políticas correctas contra el oportunismo del período de 1923 a 1927 y el aventurerismo del período de 1927 a 1933.
Estas escisiones, como había señalado Engels en otro contexto, fueron un desarrollo saludable en el sentido de que intentaban mantener las mejores tradiciones del bolchevismo y el ideal de la Internacional Comunista. La crisis de dirección era la crisis de la Internacional y de toda la humanidad. Por lo tanto, estas escisiones fueron un medio para mantener los ideales y los métodos del marxismo. En el primer período de su existencia, la Oposición de Izquierda se consideraba una sección de la Internacional Comunista, aunque expulsada, y defendía la reforma de la Internacional.
Las masas, e incluso las capas avanzadas del proletariado, solo aprenden a través de las lecciones de los grandes acontecimientos. Toda la historia ha demostrado que las masas nunca pueden renunciar a sus viejas organizaciones hasta que estas han sido puestas a prueba en el fuego de la experiencia. Hasta 1933, el ala marxista de la Internacional seguía defendiendo la reforma de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista. La prueba de la historia demostraría si seguirían siendo organizaciones viables. Así, la oposición se mantuvo tenazmente como parte de la Internacional, aunque formalmente estuviera fuera de las filas
Fue la llegada al poder de Hitler y la negativa de la Internacional Comunista a aprender la lección de la derrota lo que la condenó como instrumento de la clase obrera en la lucha por el socialismo. Lejos de analizar las razones de la política fatal del «socialfascismo», las secciones de la Internacional Comunista declararon que la victoria de Hitler era una victoria de la clase obrera y, hasta 1934, continuaron con la misma política suicida en Francia, de unidad de acción con los fascistas contra los «socialfascistas» y el «fascista radical» Daladier, que de haber tenido éxito habría preparado el camino para el golpe fascista en Francia en febrero de 1934.
Esta traición y el terrible efecto de la derrota de Hitler llevaron a una reevaluación del papel de la Internacional Comunista. Una Internacional que podía perpetrar la traición de rendir al proletariado alemán ante Hitler, sin disparar un solo tiro y sin provocar una crisis en sus filas, ya no podía servir a las necesidades del proletariado. Una Internacional que podía aclamar este desastre como una victoria no podía cumplir su papel de dirección del proletariado. Como instrumento del socialismo mundial, la Tercera Internacional estaba muerta. De instrumento del socialismo internacional, la Internacional Comunista había degenerado en una herramienta completa y dócil del Kremlin, en un instrumento de la política exterior rusa. Ahora era necesario preparar el camino para la organización de una Cuarta Internacional, libre de los crímenes y traiciones que mancillaban a las internacionales reformista y estalinista.
Como en los días posteriores al colapso de la Segunda Internacional, los internacionalistas revolucionarios seguían siendo pequeñas sectas aisladas. En Bélgica tenían un par de diputados y una organización de mil o dos mil miembros, lo mismo que en Austria y Holanda. Las fuerzas de la nueva internacional eran débiles e inmaduras, pero contaban con la orientación y la ayuda de Trotski, y con las perspectivas de grandes acontecimientos históricos. Se educaron sobre la base de un análisis de la experiencia de la Segunda y Tercera Internacionales, de las revoluciones rusa, alemana y china y de la huelga general británica, así como de los grandes acontecimientos que siguieron a la Primera Guerra Mundial. De esta manera se formaría y educaría a los cuadros, como esqueleto indispensable del cuerpo de la nueva Internacional.
Fue en este periodo, teniendo en cuenta el aislamiento histórico del movimiento respecto a las organizaciones de masas de la socialdemocracia y el Partido Comunista, cuando se desarrolló la táctica del «entrismo». Para ganar a los mejores trabajadores, era necesario encontrar una forma de influir en ellos. Esto solo podía hacerse trabajando junto a ellos en las organizaciones de masas. Así, comenzando con el ILP [Partido Laborista Independiente] en Gran Bretaña, se elaboró la idea del entrismo para las organizaciones de masas de la socialdemocracia allí donde se encontraban en crisis y girando hacia la izquierda. Así, con el desarrollo de la situación revolucionaria en Francia, se produjo la entrada en el Partido Socialista. En Gran Bretaña, la entrada en el ILP, entonces en un estado de flujo y fermento tras romper con el Partido Laborista, fue seguida por la entrada de muchos trotskistas en el Partido Laborista, siguiendo el consejo de Trotski. En Estados Unidos se produjo la entrada en el Partido Socialista.
En general, el período anterior a la guerra fue de preparación y orientación y selección de cuadros o elementos dirigentes que debían ser formados y templados teórica y prácticamente en el movimiento de las masas.
La táctica del entrismo también se consideraba un recurso a corto plazo, impuesto a los revolucionarios por su aislamiento de las masas y la imposibilidad de que organizaciones minúsculas consiguieran hacerse oír y encontrar apoyo entre la masa de la clase obrera. Su objetivo era trabajar entre los elementos radicales que buscaban soluciones revolucionarias, que en primer lugar se orientarían hacia las organizaciones de masas. Pero siempre, en todas las condiciones, debían defenderse las ideas principales del marxismo y había que mantener y defender la bandera revolucionaria, es decir, las ideas del marxismo. Se trataba de adquirir experiencia y comprensión, de combatir tanto el sectarismo como el oportunismo. Era un medio para desarrollar un enfoque flexible, con la implacabilidad de los principios, como medio para preparar a los cuadros para los grandes acontecimientos que se avecinaban.
Las derrotas de la clase obrera en Alemania, Francia y en la guerra civil española, las derrotas del período inmediatamente posterior a la guerra, que se debieron enteramente a la política de la Segunda y Tercera Internacionales, prepararon a su vez el camino para la Segunda Guerra Mundial. La parálisis del proletariado en Europa, junto con la nueva crisis agravada del capitalismo mundial, hizo absolutamente inevitable la Segunda Guerra Mundial. En esta atmósfera tuvo lugar la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional en 1938.
El documento que se aprobó en la propia conferencia es una explicación de la razones de su fundación. El Programa de Transición de la Cuarta Internacional está engarzado a la idea del trabajo de masas, que a su vez está orientado hacia la idea de la revolución socialista a través de consignas de transición, partiendo la realidad contradictoria actual. A diferencia del programa mínimo y máximo de la socialdemocracia, se plantea la idea de un Programa de Transición, de transición del capitalismo a la revolución socialista. Esto es una indicación de que se considera que la época es una época de guerras y revoluciones. Por lo tanto, todo el trabajo tenía que estar vinculado a la idea de la revolución socialista.
La perspectiva de Trotski era la de la guerra, que a su vez provocaría la revolución. El problema del estalinismo se resolvería de una forma u otra. O bien la Unión Soviética se regeneraría mediante una revolución política contra el estalinismo, o bien la victoria de la revolución en uno de los países importantes resolvería la situación a escala mundial. Con la victoria de la revolución proletaria, el problema de las internacionales, tanto del estalinismo como del reformismo, se resolvería por sí solo.
Este pronóstico condicional, aunque revelaba una comprensión fundamental de los procesos en la sociedad de clases, no se vio confirmado por los acontecimientos. Debido a los peculiares acontecimientos militares y políticos de la guerra, el estalinismo salió fortalecido temporalmente. La ola revolucionaria, durante y después de la Segunda Guerra Mundial en Europa, fue traicionada, esta vez por los estalinistas, de una manera peor que la ola revolucionaria tras la Primera Guerra Mundial por los líderes de la Segunda Internacional.
La Internacional permaneció, como debe hacerlo hasta el día de hoy, en los principios elaborados y desarrollados en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista y en la experiencia del estalinismo, el fascismo y los grandes acontecimientos hasta la Segunda Guerra Mundial. La idea de Trotski de impulsar la fundación de la Cuarta Internacional en 1938 se debía al colapso del estalinismo y el reformismo como tendencias revolucionarias dentro de la clase obrera. Ambos se habían convertido en enormes obstáculos en el camino de la emancipación de la clase obrera y, de ser un medio para la destrucción del capitalismo, se habían vuelto incapaces de conducir al proletariado a la victoria de la revolución socialista.
La cuestión de nuevos partidos y de una nueva Internacional era una cuestión de las perspectivas inmediatas que se abrían. Una nueva guerra mundial provocaría a su vez una nueva ola revolucionaria en los países metropolitanos y entre los pueblos coloniales. Los problemas del estalinismo en Rusia y en el mundo se resolverían así mediante estas perspectivas revolucionarias. En estas condiciones, era imperativo prepararse organizativa y políticamente para los grandes acontecimientos que estaban a la orden del día. Así, en 1938, Trotski predijo que en diez años no quedaría nada de las viejas organizaciones traidoras y que la IV Internacional se habría convertido en la fuerza revolucionaria decisiva en el planeta. No había nada erróneo en el análisis básico, pero todo pronóstico es condicional; la multiplicidad de factores económicos, políticos y sociales siempre puede dar lugar a un desarrollo diferente al previsto. La debilidad de las fuerzas revolucionarias ha sido, sin duda, un factor decisivo en el desarrollo de la política mundial en los más de treinta años transcurridos desde que Trotski escribió estas líneas. Desgraciadamente, los mandarines de la «Cuarta Internacional», en su órgano dirigente, sin la guía de Trotski y sin la presencia de Trotski, interpretaron esta idea de Trotski no como una tesis elaborada, sino como literalmente correcta.(1)
La guerra se desarrolló por caminos diferentes a los que incluso los más grandes genios teóricos podían haber previsto. El proceso ha sido explicado en muchos documentos de nuestra tendencia. Las victorias de Hitler en el primer período de la guerra, entre otros factores, se debieron a las políticas del estalinismo en el período anterior. El ataque a la Unión Soviética y los crímenes y bestialidades de los nazis (el fascismo es la esencia químicamente destilada del imperialismo, como explicó Trotski), sin ningún control ni equilibrio por parte de la clase obrera en Alemania, postrada y sin derechos ante los monstruos nazis, significaron que los obreros y campesinos de la Unión Soviética consideraron como tarea inmediata, no la limpieza y restauración de la democracia obrera en la Unión Soviética mediante la revolución política, sino la derrota de las hordas nazis. Como consecuencia, durante todo un período histórico, el estalinismo se fortaleció temporalmente.
La guerra en Europa se resolvió en gran medida como una guerra entre la Rusia estalinista y la Alemania nazi. El imperialismo angloamericano calculó mal la perspectiva. Habían visualizado que o bien la Unión Soviética sería derrotada, en cuyo caso ellos derrotarían a una Alemania debilitada y emergerían como vencedores mundiales, o bien la Unión Soviética quedaría tan debilitada en el curso del sangriento holocausto en el frente oriental que ellos podrían dictar el curso de la política mundial, la diplomacia mundial y la redistribución mundial según sus caprichos y deseos.
El cálculo de Trotski resultó correcto en el sentido de que la Segunda Guerra Mundial fue seguida por una ola revolucionaria aún mayor que la que siguió a la Primera Guerra Mundial. Pero las masas de los diferentes países de Europa, donde, tras el ataque a Rusia, los partidos comunistas habían desempeñado el papel principal en la resistencia contra los nazis, se unieron al Partido Comunista y, en muchos países, también a los socialdemócratas. Ya en esta etapa se esbozaba el colapso de los líderes de la naciente Internacional en las disputas que comenzaron a surgir.
En 1944 fue necesario reorientar el movimiento para comprender que se avecinaba un largo período de democracia capitalista en Occidente y de dominación estalinista en Rusia. En los documentos del Partido Comunista Revolucionario [RCP - sección británica de la Cuarta Internacional] se dejaba claro que el siguiente período en Europa Occidental sería el de la contrarrevolución en forma democrática. Esto se debía a la imposibilidad de que la burguesía mantuviera su dominio en Europa occidental sin la ayuda del estalinismo y la socialdemocracia.
El Secretariado Internacional (SICI) se mostró ambiguo, el Partido Socialista de los Trabajadores [SWP - estadounidense] y algunos de los otros dirigentes contemporizaron sobre la cuestión y argumentaron que, por el contrario, la única forma de dominio que la burguesía podía mantener en Europa era la dictadura militar y el bonapartismo. Incapaces de comprender el giro que había dado el desarrollo histórico, no podían entender que la Rusia estalinista había salido fortalecida de la guerra y que, lejos de estar el imperialismo a la ofensiva, este estaba a la defensiva.
La alianza entre el imperialismo angloamericano y la burocracia soviética estaba dictada por el miedo mutuo a la revolución socialista en los países avanzados del mundo. Al mismo tiempo, la ola revolucionaria que se extendía por Europa y el mundo, hizo imposible al imperialismo angloamericano sacar provecho de la situación interviniendo de una forma semejante a la de 1918, a pesar de estar en una posición fuerte respecto a Rusia, la cual estaba en un momento de debilidad. Eran impotentes debido a la ola revolucionaria. Sin comprender el cambio en la correlación de fuerzas y el significado de la enorme ola revolucionaria, la resolución redactada por el SICI para la Conferencia Mundial de 1946 llegó incluso a declarar que «la presión diplomática por sí sola» bastaría para «restaurar el capitalismo en la Unión Soviética».
Con una total falta de perspectiva en relación con Europa occidental, su posición sobre los problemas teóricos a los que se enfrentaba el movimiento en relación con Europa del Este era aún peor. No comprendieron el impulso dado a la revolución por el avance del Ejército Rojo, un impulso que luego fue utilizado por la burocracia para sus propios fines. Después de utilizarlo, estrangularon la revolución. En esas condiciones, lo que se planteaba no era la capitulación de los estalinistas ante el capitalismo, sino realizar la revolución, remodelándola a su imagen y semejanza bajo una forma estalinista-bonapartista.
La «alianza» entre las clases en Europa del Este era como la del Frente Popular en España, una alianza no con los capitalistas, sino con la sombra de la clase capitalista. Pero en España permitieron que la sombra adquiriera sustancia. El poder real en la España republicana pasó a manos de la clase capitalista, pero en todos los países de Europa del Este la sustancia del poder, el ejército y la policía, estaba en manos de los partidos estalinistas, que solo permitían a los aliados de la coalición tener la sombra del poder.
Los estalinistas aprovecharon la situación revolucionaria en todos estos países, donde la clase dominante se había visto obligada a evacuar con los ejércitos nazis en su retirada, por temor a la venganza de las masas por su colaboración con los nazis. Cuando los ejércitos nazis se retiraron, la estructura estatal se derrumbó. El ejército y la policía huyeron o se escondieron. Así, la única fuerza armada en Europa del Este era el Ejército Rojo. Haciendo malabarismos entre las clases, la camarilla bonapartista procedió a construir un Estado no a imagen de la Rusia de 1917, sino de la Rusia de Stalin. Se creó un Estado a imagen de la Moscú de 1945.
Estos nuevos fenómenos históricos, aunque presagiados en los escritos de Trotski, eran un libro cerrado para los supuestos líderes de la Internacional. Declararon que los países de Europa del Este eran capitalistas de Estado, mientras que Rusia, por supuesto, seguía siendo un Estado obrero degenerado. Tal posición era incompatible con cualquier análisis marxista. Porque si Europa del Este, donde se habían nacionalizado los medios de producción y se había elaborado un plan de producción, era capitalista, entonces era absurdo sostener que Rusia, donde existían las mismas condiciones de dictadura burocrática, era cualquier tipo de Estado obrero. Las condiciones eran fundamentalmente las mismas.
Así, tanto para Europa occidental como para Europa oriental, estos «líderes» eran incapaces de comprender las perspectivas y de basar en ellas la educación de los cuadros revolucionarios. Importantes fuerzas en Francia y en otros países se desperdiciaron en discusiones sobre estas cuestiones.
Pero su historial en relación con el segundo acontecimiento más importante de la historia de la humanidad, la revolución china, fue aún peor. Sin comprender la guerra campesina librada por Mao Tse-Tung y sus seguidores, y sin calcular la relación de fuerzas en el mundo, se contentaron con repetir en ese momento ideas que habían tomado de la obra de Trotski, pero que no comprendían. Declararon que Mao estaba tratando de capitular ante Chiang Kai-Shek, y que se estaba repitiendo la revolución de 1925-27. En primer lugar, la guerra civil se libraba por la cuestión de la tierra, y las constantes ofertas de paz de los estalinistas chinos se basaban en la reforma agraria y la expropiación del «capital burocrático», un programa que Chiang no podía aceptar. No habían comprendido que, como consecuencia de la experiencia de China desde la revolución de 1925-27 y de la completa incapacidad de la burguesía china para resolver los problemas de la revolución democrática, de la unificación nacional de China y de la lucha contra el imperialismo, tal y como se puso de manifiesto en la guerra contra Japón, se estaban abriendo nuevas perspectivas.
Por un lado, estaba la pasividad de la clase obrera en China y, por otro, la guerra campesina, que seguía las líneas de las que se habían desarrollado en China muchas veces anteriormente en el transcurso del último milenio. También estaba la parálisis del imperialismo debido a la ola revolucionaria que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Todos estos factores daban la posibilidad de una nueva dirección de los acontecimientos. En 1949, en un documento que analizaba la situación en China [En respuesta a David James], el PCR presagiaba los pasos que Mao daría en caso de victoria en la guerra civil, una victoria que era inevitable dadas las circunstancias.
En aquel momento, los dirigentes del Partido Comunista Chino declaraban que China se enfrentaba a cincuenta años de «democracia capitalista». Tenían su alianza con los llamados «capitalistas nacionales», pero el análisis marxista no se tomaba esto muy en serio. El poder estaba en manos del Ejército Rojo. Por lo tanto, predijimos que, siguiendo el modelo de Europa del Este, Mao se equilibraría entre las clases y, en las nuevas condiciones nacionales e internacionales, construiría un Estado a imagen y semejanza de donde Stalin había terminado y no donde Lenin había comenzado. Así, desde el comienzo de la revolución, China se encaminaba hacia un Estado obrero bonapartista. Los dirigentes del Secretariado Internacional y de la sección china sostenían que Mao estaba capitulando ante el capitalismo y ante Chiang Kai-shek. Incluso después de la victoria completa de los estalinistas chinos, el SICI no comprendió su significado, sino que declaró que China, al igual que Europa del Este, era capitalista de Estado, aunque no definieron el término.
A continuación, declararon grandiosas perspectivas revolucionarias en China y en Europa del Este. Mao no podría mantener su «dominio capitalista» durante mucho tiempo. En Europa del Este, los regímenes «capitalistas de Estado» se encontraban en una crisis inmediata que conduciría a su derrocamiento. No entendieron que, dejando de lado los acontecimientos en los principales países capitalistas metropolitanos o una revolución política victoriosa en Rusia, durante al menos una o dos décadas los regímenes de Europa del Este y China seguirían manteniendo firmemente el control.
Continuaron repitiendo que la guerra mundial resolvería los problemas de la revolución y, en el caso de un dirigente, como la guerra no había resuelto los problemas, mantuvo que «la guerra continuaba». Después de la guerra, declararon inmediatamente y de forma monótona que iba a estallar una nueva guerra mundial, cada año a partir de 1945, una guerra nuclear que traería el socialismo. En forma diluida, incluso hoy en día repiten esta idea. En cada crisis del imperialismo, o entre el imperialismo y la burocracia soviética, sacan los tambores y tocan el mismo mensaje cansino. Hasta el día de hoy, no han comprendido que los problemas de la guerra en la época moderna son un problema de la relación entre las clases; que solo derrotas definitivas de la clase obrera en los principales países capitalistas, en particular Estados Unidos, pueden sentar las bases para una nueva guerra mundial. (Véanse nuestros documentos sobre la cuestión, en particular «Perspectivas mundiales»).
Como siempre, los golpes que recibieron sus ideas a raíz de los acontecimientos, unidos a su negativa a analizar sus errores, no hicieron más que empujar al SICI a cometer errores opuestos y peores; de declarar capitalistas a China y Europa del Este, pasaron ahora al extremo opuesto.
Después de que la burocracia nacional de Yugoslavia bajo Tito entrara en conflicto con la burocracia rusa, descubrieron que Yugoslavia era un «Estado obrero relativamente sano». Sin comprender la naturaleza del conflicto, en el que se debía haber dado un apoyo crítico a los yugoslavos, comenzaron a idealizar al «héroe Tito» y a declarar que la nueva Internacional podía surgir en suelo yugoslavo.
Tras verse obligados a cambiar su caracterización de China de Estado capitalista a Estado obrero, declararon que China también era un «Estado obrero relativamente sano». No tuvieron en cuenta las condiciones y la forma en que se había producido la revolución en China. El atraso inconmensurable de China en comparación con Rusia, el hecho de que la clase obrera no hubiera desempeñado ningún papel independiente en estos grandes acontecimientos y, por lo tanto, se hubiera mantenido pasiva; que, a escala mundial, durante todo un período histórico, aunque fuera temporalmente, el capitalismo había logrado estabilizarse en Occidente y que la revolución socialista no era inminente en los países metropolitanos de Occidente, significaba que, por lo tanto, los estalinistas chinos y la burocracia china tenían un control aún mayor sobre el Estado chino y el pueblo chino que el que había obtenido la burocracia rusa. Para la revolución socialista se requiere, ante todo, la participación consciente de la clase obrera en la revolución y, después de la revolución, el control consciente y la participación democrática de los trabajadores en la gestión de la industria y del Estado por parte de la clase obrera. Hasta el día de hoy, esos «líderes» no han comprendido este problema y siguen considerando a China y Yugoslavia como «estados obreros relativamente sanos», que solo necesitan una reforma, similar a la de la Rusia de 1917-23, y en absoluto una revolución política, tal y como la definió y entendió Trotski.
De este modo, reforzaron los errores de su posición anterior violando algunas de las ideas fundamentales del marxismo, pero ahora en el extremo opuesto. Repitieron este proceso como los estalinistas antes que ellos: en cada gran giro de los acontecimientos, zigzagueando de una posición a otra, y sin utilizar nunca el método marxista de analizar los acontecimientos desde su punto de partida original, corrigiendo los errores y preparando el camino para un nivel superior de pensamiento sobre esta base. Cada cambio de línea, cada cambio de táctica, se presentaba abruptamente como tablas de la Ley, para ser entregadas en discursos y documentos resonantes a los fieles. Esto, entre otros factores, fue una de las principales causas de la total incapacidad para orientarse correctamente ante el desarrollo de los acontecimientos. Tal honestidad de propósito solo la pueden alcanzar quienes tienen confianza en sí mismos, en sus ideas y en su autoridad política. Solo así se puede educar, construir y templar a los cuadros del movimiento revolucionario para la gran tarea que se cierne sobre la humanidad.
Después de haber sostenido que toda Europa del Este y China eran una forma peculiar de capitalismo de Estado que nunca se definió, analizó ni explicó, ahora dieron un giro de 180 grados: sin explicación ni análisis, de forma puramente impresionista, dieron un salto mortal. Al romper el régimen yugoslavo con Stalin debido a los intereses creados de la burocracia yugoslava, descubrieron en Tito un nuevo salvador para la Cuarta Internacional. Yugoslavia se transformó en un «Estado obrero relativamente sano».
En lugar de ver, por un lado, la necesidad de apoyar críticamente la lucha del pueblo yugoslavo contra la opresión nacional de la burocracia rusa, pero al mismo tiempo explicar los intereses creados de la burocracia nacional en la escisión, idealizaron a esta última. Mientras que en Rusia seguía siendo necesaria una revolución política (esto debía ser así por alguna remota razón histórica, porque Trotski lo dijo. No explicaron las razones. Deutscher logró hacer la transición y descubrir que la revolución política no era necesaria en Rusia). En Yugoslavia, el SICI descubrió ahora que había tenido lugar una revolución socialista durante la guerra y la posguerra.
Como consecuencia de ello, mientras que la revolución socialista en Rusia había sido aislada, la revolución en Yugoslavia, gracias a la revolución en Rusia, no lo había sido. El SICI afirmaba que la razón del desarrollo del estalinismo en Rusia era el hecho de que era el único país donde la revolución había triunfado: ahora que la revolución se había extendido, no era posible que se produjera una deformación similar. Por lo tanto, concluyeron triunfalmente, no podía repetirse el estalinismo en Yugoslavia y, en consecuencia, en Yugoslavia existía un Estado obrero sano con deformaciones menores. Procedieron a organizar brigadas de trabajo internacionales para ayudar a la «construcción del socialismo» en Yugoslavia.
Su propaganda era tan acrítica y laudatoria como la propaganda estalinista sobre las visitas de equipos juveniles «para construir el socialismo en Rusia». Todo este episodio es indicativo del «método» sociológico de esta tendencia. Germain [Mandel] y compañía esgrimieron el mismo argumento para la llamada «revolución cultural» en China y, por supuesto, hasta el día de hoy para Cuba. En primer lugar, fue el atraso de la Unión Soviética, junto con su aislamiento y las derrotas de la clase obrera mundial, lo que provocó el ascenso al poder de la burocracia estalinista en Rusia. Pero una vez en el poder, la propia burocracia, con el poder estatal en sus manos, se convierte en un factor independiente en la situación. La burocracia estalinista en Yugoslavia no era diferente en lo fundamental de la de Rusia. La camarilla de Tito comenzó donde terminó Stalin. En ningún momento hubo una democracia obrera como la de la Rusia de 1917-23. El movimiento en Yugoslavia durante la guerra fue principalmente una guerra nacional campesina de liberación. El Estado que se construyó fue un régimen totalitario de partido único a imagen y semejanza de Rusia, con el aparato estalinista perfeccionado.
Yugoslavia era un país muy atrasado. En consecuencia, en el aparato estatal yugoslavo se incorporaron elementos de la antigua clase dominante, en la diplomacia, en el ejército y en el resto del aparato estatal.
Este fue, por supuesto, el mismo proceso que tuvo lugar en Rusia. Pero sin el control y la supervisión de la democracia obrera, no podía haber un Estado obrero sano. Un movimiento hacia el socialismo en una economía de transición requiere el control consciente y la participación de la clase obrera. Así, en estas circunstancias, condiciones y causas similares dan y deben dar los mismos resultados. Dejando de lado esta o aquella peculiaridad, las características fundamentales del régimen en Yugoslavia no eran diferentes de las del estalinismo en Rusia. Sugerir lo contrario era una revisión completa del marxismo.
Hasta el día de hoy, todas las tendencias que adoptaron esta posición no han reevaluado su actitud teórica a la luz de los acontecimientos. Desde Pablo, pasando por Posadas, Healy, Germain [Mandel] y Hansen, no se ha hecho ningún intento de reevaluar sus errores teóricos. En consecuencia, las combinaciones más extrañas de ideas logran convivir en sus escritos. Healy encuentra bastante coherente caracterizar a Cuba como capitalista de estado, al tiempo que aclama la llamada nueva versión de la Comuna de París en la Revolución Cultural en China. La tendencia Voix Ouvrière [ahora Lutte Ouvrière] en Francia, que sigue manteniendo la posición del SICI de 1945-47 después de 25 años de acontecimientos, sigue encontrando compatible afirmar que Rusia es un estado obrero degenerado, mientras que Europa del Este, Yugoslavia y Cuba son estados capitalistas. Todas estas tendencias declaran que Siria y Birmania son capitalistas. El propio Secretariado Unificado, con todos sus zigzags, paga el precio de su falta de honestidad teórica agravando los errores del pasado.
Así, hasta el día de hoy, siguen sin tener clara la cuestión de si es necesaria una revolución política en China y Yugoslavia, ya que la mayoría cree que se trata de Estados obreros «relativamente sanos» y que, por lo tanto, no es necesaria una revolución política, sino solo reformas.
Durante el último cuarto de siglo, esta tendencia ha perdido por completo sus fundamentos teóricos. Sorprendidos por el desarrollo de los acontecimientos, siempre han reaccionado de forma empírica e impresionista, capitulando ante la realidad inmediata sin ver el desarrollo futuro, inevitable en esas circunstancias, de agrupaciones y tendencias. No solo en relación con Tito en Yugoslavia, lo cual surge del análisis incorrecto y la falta de comprensión del bonapartismo proletario, sino también en relación con todos los grandes acontecimientos en los países del bloque estalinista. El movimiento de 1956 en Hungría, que tomó la forma de un derrocamiento completo de la burocracia y el comienzo de una revolución política en general, lo apoyaron, ya que no hacerlo habría significado abandonar cualquier pretensión de situarse en la tradición del trotskismo. Pero esto no les impidió equiparar el movimiento que tenía lugar al mismo tiempo en Polonia con la revolución húngara.
No vieron que en Hungría se produjo la destrucción casi total del llamado Partido Comunista y el inicio de la organización de un nuevo movimiento obrero. Los trabajadores húngaros, tras las experiencias del totalitarismo estalinista, no estaban dispuestos a tolerar ni un solo instante la construcción de un nuevo Estado totalitario estalinista en el curso de la revolución.
En Polonia, los acontecimientos se desarrollaron de forma algo diferente. La lucha nacional contra la opresión de la burocracia gran rusa fue desviada por una parte de los burócratas polacos hacia líneas estalinistas nacionales. Al no comprender esto, los dirigentes de la «Cuarta» vieron en Gomulka al representante del «comunismo democrático». No vieron que representaba al ala de la burocracia polaca que quería establecerse como «amo en su propia casa» y relativamente independiente de la burocracia rusa. No les quedaba claro que no había ninguna diferencia fundamental entre ellos y el ala reformista de la burocracia rusa. No deseaban realmente renovar las bases de la revolución o volver a la Rusia de 1917, de la misma manera que no lo deseaba Jruschov. Más aún, se oponían al intento de instaurar la democracia socialista en Hungría. Por lo tanto, la potencial revolución política en Polonia fue desviada en líneas estalinistas nacionales. Al igual que sus hermanos estalinistas nacionales en Rusia, los burócratas polacos solo podían oscilar entre la represión y la reforma, manteniendo intacto el aparato estalinista. El SICI vio en Gomulka el comienzo de un cambio completo en la situación de Polonia, ya que tenía ilusiones en la desestalinización de la Unión Soviética. En cada etapa de los acontecimientos, han buscado algún tipo de mesías que los salvara del aislamiento y la falta de fuerzas de masas. Cada vez han estado condenados a la desilusión y la decepción.
No contentos con haberse quemado los dedos con el maoísmo, la escisión entre Rusia y China, que los tomó por sorpresa, dio lugar a un renovado entusiasmo por el maoísmo. Desempolvaron la idea «secreta» de que China era un Estado obrero sano con algunas imperfecciones, un Estado que solo necesitaba reformas y no ser derrocado. Mao iba a ser el nuevo salvador. Interpretaron completamente erróneamente el significado de la «revolución cultural» en China.(2)
Trotski ya había explicado que el bonapartismo proletario a veces se apoyaba en los obreros y campesinos para purgar los peores excesos de la burocracia codiciosa y rapaz. En la introducción de los planes quinquenales en Rusia, Stalin se apoyó durante un tiempo en los obreros y campesinos, e incluso generó entusiasmo entre los obreros por lo que ellos consideraban la construcción socialista. Pero esto no alteró el carácter, los métodos y la política del estalinismo. Esto no cambió el carácter del régimen estatal. Convertir en chivos expiatorios a individuos, o incluso a una sección de la burocracia, lejos de cambiar nada fundamentalmente, no hizo más que reforzar el dominio burocrático. Así, el maoísmo y la «revolución cultural» no cambiaron nada fundamentalmente en China.
Mao, apoyándose en los obreros y los campesinos, asestó golpes a sectores de la burocracia que habían acumulado privilegios y una posición material muy superior a lo que podían mantener las débiles fuerzas productivas de China. La diferenciación entre obreros y campesinos y las capas burocráticas había alcanzado tal grado que provocaba un enorme descontento entre los obreros y los campesinos. Por lo tanto, si se quería emplear a los obreros y los campesinos para las tareas de producir industria pesada, armas nucleares y reforzar la producción en China, era necesario, aunque solo fuera temporalmente, recortar esos privilegios. Pero la «revolución cultural» fue organizada desde arriba, desde el principio hasta el final. Hablar de nuevas versiones de la Comuna de París en Shanghái, Pekín y otras ciudades de China era mancillar con barro la tradición de la Comuna y la revolución rusa. El final inevitable de esta experiencia, al igual que con Gomulka en Polonia, fue el refuerzo del poder de la burocracia en China. En este camino no había salida para las masas chinas o polacas. La búsqueda constante de algún medio por el que, como por arte de magia, se resolvieran los problemas, siempre ha sido un síntoma del utopismo pequeñoburgués, que sustituye el análisis marxista por esperanzas histéricas en tal o cual individuo o tendencia.
La capitulación ante diversas variantes del estalinismo o el utopismo en cada etapa del desarrollo de los acontecimientos causó un daño enorme a la creación de un movimiento viable. Así, en Italia, fueron los «trotskistas», o para ser más exactos, los supuestos líderes de los «trotskistas», quienes ayudaron a la formación de un gran movimiento maoísta de 100.000 miembros. Al reeditar con entusiasmo y sin crítica alguna las obras del maoísmo y distribuirlas dentro del Partido Comunista, crearon las bases del maoísmo en Italia. Los líderes de estas tendencias hicieron viajes especiales a la embajada china en Suiza para conseguir este «precioso» material. La consecuencia de esta aceptación acrítica del maoísmo es que no ganaron ni un solo miembro de los 100.000, sino que, por el contrario, ¡perdieron miembros a favor de los maoístas! Así, el precio de la confusión teórica, especialmente para una tendencia débil, siempre se paga con creces. Aún peor es la confusión y la desmoralización que se siembra entre sus propias filas. La tarea en estas condiciones era, al tiempo que se ofrecía una actitud amistosa a las bases del PC, tanto a los que tendían al maoísmo como a los que se oponían a él, ofrecer al mismo tiempo críticas agudas no solo al ala oportunista pro-Moscú, sino también a la posición ignorante y cínica de los maoístas, empezando por los líderes de Pekín.
Desanimados por su falta de éxito (debido principalmente a circunstancias objetivas, y en parte a políticas erróneas), atribuyeron la responsabilidad de ello, como siempre en tales condiciones, a la clase obrera. En la práctica decían que los trabajadores se habían corrompido y americanizado a causa de la prosperidad. Sus políticas indicaban que eso era lo que creían. Por lo tanto, buscaron un nuevo talismán que renovara y reviviera la suerte de la Internacional y de la clase obrera. Lo encontraron en la revolución colonial.
Los documentos recientes de nuestra tendencia han explicado el significado de la revolución colonial y los desarrollos dentro de ella. Basta decir aquí que los levantamientos en el llamado Tercer Mundo surgen del impasse del capitalismo y el imperialismo para desarrollar las fuerzas productivas en estas áreas en la medida máxima necesaria y posible. Pero dadas las condiciones mundiales, la existencia de fuertes Estados obreros bonapartistas y el equilibrio de fuerzas entre el imperialismo y los países no capitalistas, los acontecimientos en estas zonas han tomado un cariz peculiar. En estas condiciones, es más necesario que nunca mantener con implacable determinación las ideas de Trotski sobre la revolución permanente, aprender de la experiencia de China, Yugoslavia y Cuba y mantener la separación de todas las tendencias, burguesas-nacionalistas, pequeñoburguesas-nacionalistas, estalinistas y reformistas.
En Argelia se ligaron casi por completo a la bandera del FLN, aunque su posición era mejor que la de los lambertistas (OCI en Francia) y los healyistas (WRP), que apoyaron al MNA, que, partiendo de una posición algo más a la izquierda del FLN, terminó como un agente de los imperialistas franceses. Dar apoyo crítico al FLN era correcto, pero subordinar completamente el trabajo de su sección al movimiento nacionalista solo podía significar que las débiles fuerzas bajo su control se perderían en la guerra de liberación. Mientras mantenían su pleno apoyo a la justa lucha por la independencia nacional del imperialismo francés, era necesario que los trotskistas argelinos mantuvieran la posición del internacionalismo. Solo así se podía vincular la lucha por la liberación nacional con la lucha de la clase obrera en Francia y la posibilidad de una Argelia socialista vinculada a una Francia socialista. La traición de las organizaciones socialdemócratas y estalinistas en Francia, que llevó a la revolución argelina a tomar una orientación nacionalista, no era motivo para abandonar las ideas elaboradas del marxismo-leninismo sobre la cuestión.
Debía quedar claro que, en el mejor de los casos, tras la victoria sobre los franceses, que en sí misma era un enorme paso adelante, sería imposible construir una democracia obrera en un país como Argelia. El resultado sería una versión burguesa o proletaria del bonapartismo, sin apenas industria, con una población diezmada por la guerra, sin una clase obrera autóctona fuerte, con la mitad de la población desempleada y sin un partido revolucionario de clase. Todos estos factores, sin la ayuda sobre todo de la clase obrera francesa e internacional, significaban que no podía haber una solución real para el pueblo argelino, aparte de la eliminación del imperialismo.
Las ilusiones que difundieron sobre el control obrero en las fincas agrícolas abandonadas por los franceses mostraban una total falta de comprensión teórica de esta cuestión. El control obrero, por su propia naturaleza, debe partir de los trabajadores industriales y no de las asociaciones de trabajadores semicampesinos y semiagrícolas que tomaron el control porque los gerentes franceses habían huido. En el mejor de los casos, se trataba de versiones primitivas de cooperativas glorificadas y no de ejemplos de control y gestión obreros. Por su propia naturaleza, eran estructuras temporales sin futuro real. Dado que la revolución socialista no se extendió a los países avanzados, estaban condenadas a ser una curiosidad interesante del desarrollo social, indicativa de los esfuerzos instintivos del semi proletariado agrario, ya que en el pasado se habían producido muchos movimientos de este tipo en una época de despertar masivo en muchos países.
El golpe de Boumedienne en julio de 1965 les tomó por sorpresa, aunque, de una forma u otra, era inevitable que se produjera un desarrollo similar de los acontecimientos en Argelia. En todos los países coloniales donde la lucha por la expulsión de los amos imperialistas ha tenido éxito, se han producido procesos similares. Aunque se ha conseguido la independencia política, económicamente siguen dependiendo de los países industrializados. Esto supone, por supuesto, un enorme paso adelante en el desarrollo de los pueblos coloniales. Sin embargo, la independencia nacional, con el dominio imperialista de los mercados mundiales por un lado y la fuerza del bonapartismo estalinista por otro, ha supuesto la aparición de nuevos problemas de carácter formidable para estos pueblos. La burguesía autóctona es incapaz de resolverlos. Así, en los antiguos territorios coloniales de África, en las zonas semi coloniales de América Latina y en la mayoría de los países de Asia, han tomado el poder regímenes militares de un tipo u otro. La crisis de estos regímenes ha obligado a avanzar hacia el bonapartismo proletario o capitalista.
Al poner el énfasis en la revolución colonial como solución al problema de la Cuarta Internacional, no han comprendido la dialéctica de este proceso. Todo el desarrollo de la revolución colonial ha tomado una forma distorsionada debido al retraso de la revolución en Occidente (incluidos Estados Unidos y Japón). La debilidad de las fuerzas marxista-leninistas, debida a los factores históricos esbozados anteriormente, desempeñó un papel enorme en este proceso. Esto, a su vez, significó que, con la madurez del mundo colonial para la revolución social, esta ha tomado todas las formas de aberraciones extrañas. Era deber de la dirección marxista reconocer el proceso y dar dirección a las fuerzas jóvenes y débiles del marxismo en el mundo colonial. En lugar de esto, el SICI (a pesar de las lecciones extraídas por Trotski de la experiencia del Partido Comunista con el Kuomintang en China, las ricas experiencias de Yugoslavia, China, Rusia y los países de África) no sacó las conclusiones necesarias y se inclinó ante la poderosa revolución colonial. Es mejor participar que oponerse. Pero fusionarse indistintamente con los nacionalistas pequeñoburgueses, capitular ante las utopías de la clase media, era disolver la vanguardia en el miasma nacionalista.
La completa falta de método marxista en su enfoque queda patente en su actitud hacia la revolución cubana. La revolución cubana, según el SICI, es un ejemplo del método marxista. En realidad, el ejército de Castro se agrupó en torno a un programa democrático burgués y estaba compuesto principalmente por trabajadores agrícolas, campesinos y elementos del lumpenproletariado. Castro comenzó como un demócrata burgués con Estados Unidos como modelo de sociedad. La intervención de la clase obrera tuvo lugar cuando la lucha se encontraba en su etapa final, cuando Castro marchaba sobre La Habana: los trabajadores convocaron una huelga general en su apoyo. La caída de La Habana significó el colapso del odiado ejército y la policía del régimen de Batista. El poder quedó firmemente en manos de las guerrillas de Castro.
El desarrollo del régimen hacia la destrucción del capitalismo y el latifundismo no se produjo como resultado de un proceso consciente y meditado. Por el contrario, fueron los errores del imperialismo estadounidense los que empujaron a Castro por la vía de la expropiación.
Con el 90 % de la economía en manos de los capitalistas estadounidenses, la clase dominante estadounidense impuso un bloqueo a Cuba en un momento en que Castro solo estaba llevando a cabo reformas democráticas burguesas. Los monopolios que controlaban Cuba se opusieron a los impuestos que Castro quería imponer para obtener el dinero necesario para sus reformas. Aunque estos impuestos eran más bajos que los que pagaban en el continente, se opusieron furiosamente y pidieron ayuda a Washington.
Como represalia al bloqueo, el régimen cubano confiscó los bienes estadounidenses en Cuba. Esto significó que nueve décimas partes de la agricultura y la industria quedaron en manos del Estado, por lo que el régimen cubano procedió a nacionalizar la décima parte restante. Tenían el modelo de Yugoslavia, China y Rusia, y establecieron un régimen a su imagen y semejanza. En ningún momento hubo democracia obrera en Cuba. El bonapartismo del régimen se encarna en el gobierno de Castro y en las asambleas en la Plaza de la Revolución, donde la única contribución de las masas es decir «sí» a las exhortaciones de Castro. Cuba ha seguido siendo, en todo momento, un Estado unipartidista, sin soviets y sin control obrero de la industria ni del Estado.
En consecuencia, se ha burocratizado cada vez más. Esto era inevitable, dado el aislamiento de la revolución y la forma en que se ha desarrollado. La milicia obrera ha sido desarmada y se está desarrollando una diferenciación entre los burócratas —especialmente los de alto rango— y la clase obrera. El desarrollo de un aparato estatal por encima e independiente de las masas avanza a buen ritmo. Entre bastidores, Castro está intentando negociar un acuerdo con el imperialismo estadounidense para obtener reconocimiento y ayuda: y en el próximo período un acuerdo es probablemente inevitable. Esto pondrá fin a los «llamamientos revolucionarios» que Castro dirige a América Latina. Cuba, en la mente de sus dirigentes, estará cada vez más limitada por las estrechas costas de la isla en sus relaciones con las naciones y clases del mundo.
Tal como están las cosas, la burocracia estalinista de Rusia proporciona una ayuda de un millón de libras al día, sin la cual el régimen no podría sobrevivir. A un régimen de democracia obrera, la burocracia de la Unión Soviética no le daría ni un kopek. Solo porque el régimen, en sus rasgos fundamentales, se parece cada vez más al de todos los demás Estados obreros bonapartistas, la burocracia puede permitirse el lujo de la ayuda fraternal a Cuba.
Partiendo de un punto de partida teórico erróneo, un error solo puede acumularse sobre otro. Así, el SUCI [Secretariado Unificado de la IV Internacional](3) es completamente ciego a los procesos que tienen lugar en la isla. Se niegan a afrontar la cuestión de la inevitable degeneración y decadencia del régimen por la vía totalitaria, y persisten en su sueño reaccionario de una Cuba agrícola y atrasada que avanza hacia el socialismo. ¡Al parecer, solo se necesitan pequeñas reformas para que Cuba sea un modelo de democracia obrera! No se trata de una revolución política que significaría el control de la industria y el Estado por parte de los trabajadores, sino, una vez más, de reformas mínimas que instaurarían una democracia obrera. ¡El control de la industria y el Estado por parte de las clases trabajadoras se puede conseguir convenciendo a Castro de que es necesario!
Por otra parte, argumentan de la manera más oscura que esto ya existe, que de hecho Cuba es más democrática que la Rusia de 1917-23. En realidad, si Castro intentara siquiera tales acciones, sería destituido por la burocracia. Aparte del hecho de que, sin ningún trasfondo ideológico, Castro cree que el tipo de régimen que está construyendo es «socialismo». No podría desempeñar el papel que desempeña sin desviaciones ideológicas. Pero los sectarios, sin embargo, sucumbieron ante esta variante de estalinismo, cayendo en desviaciones teóricas al ceder a las presiones de la burocracia y a la situación.
Hasta el día de hoy, al igual que en toda la experiencia del último cuarto de siglo, esta tendencia no ha aprendido nada y lo ha olvidado todo. En América Latina repiten los errores de Argelia y, de forma diferente, la valoración de China, Yugoslavia y Cuba. Ahora Bolivia se ha convertido en el medio mágico con el que se puede transformar la situación mundial. Se fusionan con las guerrillas pequeñoburguesas en un intento de repetir la experiencia de Cuba. Castro, el «trotskista inconsciente», el nuevo mesías del marxismo, es el ejemplo que desean emular. Sin tener en cuenta el cambio de circunstancias, las diferentes condiciones, la conciencia de la clase dominante y del imperialismo, apoyan aventuras como las de Guevara, que intentó inyectar artificialmente la guerra de guerrillas entre los campesinos.
El heroísmo de Guevara no debe cegarnos ante su bancarrota teórica. Intentar repetir en los países de América Latina las políticas del castrismo en Cuba es cometer un crimen contra la clase obrera internacional. La literatura marxista está llena de explicaciones sobre el papel de las diferentes clases sociales: el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía. Para ellos, al parecer, esto es un libro cerrado. El marxismo ha explicado que en la revolución colonial es el proletariado el que tiene que desempeñar el papel principal. El proletariado se ve obligado a cooperar en el proceso de producción. Se ve obligado a unirse para protegerse de los explotadores. Por eso, el proletariado es la única fuerza capaz de llevar a cabo la revolución socialista.
Pero incluso el proletariado no es más que materia prima para la explotación hasta que deja de ser una clase en sí misma para convertirse en una clase para sí misma. Esta conciencia se desarrolla con la experiencia de la clase y en su lucha por mejores condiciones. Incluso aquí se necesita el partido y la dirección de la clase obrera. Los campesinos, los intelectuales pequeñoburgueses y el lumpenproletariado no pueden desempeñar ningún papel independiente. Cuando los intelectuales pequeñoburgueses y los ex marxistas organizan la lucha sobre la base de una guerra campesina, el nivel de conciencia, debido a la naturaleza de la lucha, solo puede ser bajo. Sin embargo, si en Yugoslavia y China, el campesinado, la pequeña burguesía y el lumpenproletariado, organizados en los ejércitos de liberación nacional y social, pudieron derrocar a los regímenes semifeudales podridos, fue solo gracias al proceso histórico que ya hemos explicado en muchos de nuestros documentos.
Es cierto que Lenin había visualizado la posibilidad de que el África tribal pasara directamente al comunismo. Pero esto solo podría ser con la ayuda y la asistencia del socialismo en los países avanzados. No podría ser sobre la base de sus propios recursos. Las condiciones materiales para el socialismo no existen en ninguno de los países coloniales, solo cuando se toman a escala mundial y con la decadencia del sistema mundial del capitalismo se sientan las bases para la revolución socialista en las zonas atrasadas del mundo. Estos autodenominados «marxistas» dan la vuelta a las lecciones del marxismo. Adoptan la política de los narodniks y los socialrevolucionarios en Rusia. Inconscientemente adaptan sus ideas sobre el papel de las diferentes clases en la sociedad. Para Bakunin, los campesinos y el lumpenproletariado eran la clase más revolucionaria de la sociedad. Esta concepción surgió de todo el método y la teoría de los anarquistas. Con ello también surgió la idea de la propaganda individual mediante el acto, es decir, del terror y las expropiaciones individuales.
Es en todo este ambiente y con el descrédito aún mayor del Partido Comunista y los reformistas en América Latina, que se ha desarrollado el programa de la guerra de guerrillas en el campo y, peor aún, de la «guerrilla urbana». Las fuerzas jóvenes y débiles del trotskismo, desorientadas por los zigzags de los últimos 25 años, se han visto arrastradas a este caos. En América Latina deberían estar enseñando a todos los elementos avanzados entre los intelectuales, los estudiantes y, sobre todo, la clase obrera, las ideas fundamentales y elementales del marxismo. El movimiento de liberación nacional y social en América Latina, en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Guatemala y los demás países de América Latina, solo puede surgir de un movimiento de masas de la clase obrera y los campesinos. Los duelos desesperados, los secuestros, los asaltos a bancos, etc., solo servirán para exterminar inútilmente a fuerzas jóvenes, valientes y sinceras. No se trata de que estos elementos luchen solos contra las fuerzas de la clase dominante, del ejército y de la policía secreta, sin relación con a la lucha real por el derrocamiento de las camarillas corruptas de la oligarquía y de la policía.
Puede parecer más difícil, y en cierto sentido lo es, pero solo organizando a la clase obrera, sobre todo, en la lucha por la liberación nacional y social, se puede lograr una revolución socialista que se desarrolle por caminos sanos. Debido a la multiplicidad de factores históricos y a la peculiar relación mundial de las fuerzas de clase, teóricamente no se puede excluir que una guerra de guerrillas campesina pueda tener éxito, pero entonces el modelo no sería el del proletariado como fuerza dirigente de la revolución, que condujo a la victoria de 1917, sino, en el mejor de los casos, el de China y Cuba.
Un movimiento de masas del proletariado es totalmente posible en estos países. Las huelgas generales en Chile, Argentina y Uruguay en el período reciente son prueba de ello. Una tendencia marxista revolucionaria debe construir con estas perspectivas, con la preparación de una insurrección de masas como punto culminante del movimiento en las ciudades. Esto podría conducir a la victoria de la revolución socialista, que en estas condiciones se extendería rápidamente a toda América Latina.
Se debe formar y desarrollar a los cuadros del proletariado sobre la base de las lecciones de la revolución rusa que , no para seguir los ejemplos de las revoluciones china, cubana o yugoslava, sino, por el contrario, el de Rusia en 1917. La idea de Marx de la revolución proletaria en las ciudades, con la ayuda de la guerra campesina en la retaguardia, debe ser el ideal por el que deben trabajar. La tarea principal en estos países es explicar pacientemente el papel dirigente del proletariado en la lucha por el poder obrero y el socialismo.
No es la guerrilla urbana, sino la fuerza de masas de la clase obrera, armada y organizada, la que debe oponerse al Estado capitalista. Frente a la dictadura de la policía militar, debe oponerse el ariete de la clase obrera organizada. Una vez convencido de la necesidad, el proletariado adquirirá las armas necesarias. El ejército que se le opone, compuesto principalmente por campesinos, se dividiría ante el movimiento de masas y pasaría al lado de la revolución. El ejército campesino podría ganarse con el programa de la revolución agraria y la revolución nacional contra el imperialismo que figura en la bandera del proletariado.
Capitular ante todas las presiones del anarquismo pequeño-burgués desesperado es traicionar la misión del marxismo. La tarea del marxista es polemizar, por muy amistosa que sea la forma, contra los idealistas, por muy sinceros que sean, que se están llevando a sí mismos y a la revolución a un callejón sin salida fatal. Hay que librar una lucha implacable contra los métodos y las políticas del anarquismo. Lejos de hacer esto, estos difamadores de la tradición trotskista han adoptado, con todo y con todos, las ideas de los adversarios teóricos del marxismo y de sus degenerados descendientes, en lugar de las ideas de clase claras, arraigadas en siglos de experiencia de la lucha de clases y del movimiento de liberación nacional.
No es la tradición del marxismo apoyar un movimiento de guerra campesina separado y al margen del movimiento de la clase obrera, que es decisivo. Los esfuerzos y el trabajo de los marxistas se concentrarían en gran medida en las ciudades y entre el proletariado. Por supuesto, en todas las condiciones, los marxistas deben apoyar la lucha de otras clases oprimidas.
El argumento a favor de la guerrilla campesina tiene al menos una apariencia de sentido, teniendo en cuenta la experiencia de los últimos 30 años. Pero incluso en este caso, la tarea de los marxistas no es simplemente derrocar el régimen capitalista, sino preparar el camino para el futuro socialista de la humanidad. La destrucción del capitalismo y el latifundismo en los países coloniales es un inmenso paso adelante que eleva el nivel de toda la humanidad. Pero precisamente debido a la impotencia del campesinado como clase para estar a la altura de las futuras tareas socialistas, solo puede conseguir levantar nuevos obstáculos en su camino.
La victoria de la guerra campesina, dada la relación de fuerzas en el mundo y la crisis del capitalismo y el imperialismo en los países subdesarrollados, puede dar lugar a lo sumo a una forma de Estado obrero deformado. No puede dar lugar al control consciente de la industria, la agricultura y el Estado por parte de los obreros y los campesinos, porque en los países ex coloniales y semicoloniales no se han creado las bases materiales para el socialismo. En la medida en que existe la posibilidad de tales combinaciones peculiares, es debido a la madurez mundial de las fuerzas productivas para el socialismo. La técnica, la capacidad productiva y los recursos necesarios existen a escala mundial. Esto es lo que hace posible, no solo una dictadura sana del proletariado en las zonas coloniales, sino también las perversiones de China, Yugoslavia y Cuba. Pero allí donde la revolución se llevó a cabo de forma distorsionada o, en el caso de la revolución rusa, de forma sana pero en condiciones de atraso y aislamiento, el retroceso de la dictadura hacia el bonapartismo estalinista significa que el proletariado y el campesinado de estos países se ven obligados a soportar una élite privilegiada y una maquinaria estatal independiente del control de los obreros y los campesinos. Esto significa que tendrían que pagar con una nueva revolución política antes de poder iniciar la transición al socialismo. En China, Yugoslavia, Cuba y Rusia, el proletariado tendrá que pagar con una revolución política antes de que pueda comenzar la desaparición del Estado y la coerción. Todos estos problemas están vinculados al problema de la revolución mundial.
En América Latina, el sometimiento a las teorías ajenas y la disolución de las ideas básicas de la revolución permanente, significa un abandono de las ideas del marxismo-leninismo. Significa un abandono de toda la tradición marxista. En las condiciones de gran dificultad que existen en América Latina, Asia y África, no mantener las ideas básicas del marxismo es perderse en el pantano del nacionalismo pequeñoburgués, del utopismo anarquista, del cinismo estalinista y de la falta de fe en el poder del proletariado. Sobre todo, es un abandono de la perspectiva de la revolución mundial en la que se basa nuestro internacionalismo marxista. El abandono del internacionalismo en favor de la acción pequeñoburguesa es el abandono del programa del trotskismo.
En América Latina, el proletariado, especialmente en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y México, es lo suficientemente poderoso como para desempeñar el papel principal en la revolución. Es aquí donde deben concentrarse las fuerzas del marxismo. Los intelectuales y estudiantes que rompen con sus tradiciones burguesas y comprenden el callejón sin salida del capitalismo y el imperialismo deben ser educados en este espíritu. Solo en la lucha contra todas las demás tendencias puede el trotskismo preparar los cuadros necesarios, especialmente entre los trabajadores avanzados, para llevar la revolución al triunfo.
En primer lugar, una crítica firme del desarrollo burocrático en Cuba y de los excesos extravagantes del castrismo debe formar parte integrante del reequipamiento ideológico de los revolucionarios en América Latina. Al tiempo que se defienden los logros de la revolución cubana y se enfatizan sus aspectos positivos, también deben ponerse de relieve sus aspectos negativos en lo que respecta a los trabajadores avanzados y la juventud. Solo así se podrá combatir con éxito el izquierdismo infantil del castrismo en América Latina.
Sobre el problema del entrismo, las políticas de los llamados líderes de la Cuarta Internacional no se basan más en principios que cualquier otra parte de su bagaje ideológico. En Gran Bretaña, plantearon la cuestión de la entrada en el partido en el período inmediatamente posterior a la guerra porque veían en ese momento las condiciones de crisis y la existencia de una izquierda fuerte y en desarrollo dentro del Partido Laborista. En contra de la concepción de Trotski de conquistar a los elementos avanzados defendiendo principios políticos firmes, adoptaron la política de intentar conquistar a los elementos avanzados sin un programa político intransigente. Diluían su programa para encontrar un medio de adaptarse a los líderes reformistas de izquierda.
En ningún momento mantuvieron el programa claro del marxismo, sino que, por el contrario, adoptaron el programa de adaptación a individuos reformistas que no representaban a nadie más que a sí mismos. Adoptaron lo que llamaron una política de «entrismo profundo». Mezclando factores objetivos y subjetivos, y sin tener en cuenta en absoluto el proceso de desarrollo de la conciencia de masas, explicaron a sus miembros que organizarían el ala izquierda de las masas. Si se tratara de organizar un movimiento basándose únicamente en trucos, maniobras y tácticas, entonces la perversión estalinista del marxismo sería correcta.
Dejando de lado las políticas incorrectas, incluso con una estrategia, una política y una táctica correctas, el desarrollo de la conciencia de masas no es arbitrario. Sigue sus propias leyes, que dependen del proceso molecular de desarrollo de la conciencia sobre la base de la experiencia y los acontecimientos. El intento (parcialmente exitoso) de presentarse como reformistas de izquierda (en adaptación al entorno) les llevó a convertirse en gran medida en «reformistas de izquierda». A largo plazo, tales políticas son desastrosas y siembran las semillas del retroceso hacia el ultraizquierdismo, que surge, por un lado, de la incapacidad de mantenerse firme en los principios y, por otro, de ver la situación objetiva tal como es y de casar el factor subjetivo con el desarrollo objetivo de los acontecimientos.
Por supuesto, los acontecimientos por sí solos no resolverán el problema del crecimiento: por otra parte, los marxistas solo se fortalecerán en la medida en que haya una comprensión de los procesos objetivos y una orientación de la organización basada en el movimiento real de la conciencia entre los trabajadores avanzados. La izquierda, como tendencia de masas, se desarrollará en primer lugar en líneas reformistas de izquierda y centristas. Las fuerzas revolucionarias pueden desempeñar un papel en el desarrollo del ala izquierda, pero con el movimiento de masas, serán los reformistas y centristas confusos de izquierda los que llegarán a la cima. Inevitablemente, ellos formarán la dirección en sus primeras etapas, y solo la prueba de la experiencia más la crítica marxista conducirá a su sustitución por cuadros marxistas.
Hasta el día de hoy, los «líderes» de la internacional no han entendido lo más elemental sobre esta cuestión. En Gran Bretaña, proclamaban constantemente la guerra mundial inmediata cada año. Haciéndose eco de la propaganda oportunista de los líderes laboristas en las elecciones generales de 1951, declararon que la victoria de Churchill significaría la guerra mundial. Así, en lugar de elevar el nivel de los trabajadores a los que podían llegar, solo consiguieron confundirlos. De nuevo en 1951, plantearon la cuestión del socialismo o el fascismo en Gran Bretaña en un plazo de doce meses. Al leer su material y el de sus discípulos en aquél momento, la Socialist Labour League, uno podría imaginar que nunca habían leído el material de Trotski y otros teóricos marxistas sobre el movimiento de las fuerzas de clase.
No se trata en ningún momento concreto de que la clase dominante decida ir en coche en lugar de en tren, sino de las relaciones entre la clase media, la clase obrera y la propia clase dominante.
No solo en Gran Bretaña, donde nunca asimilaron las lecciones de sus experiencias, sino en todos los lugares donde han aplicado esta táctica, han fracasado estrepitosamente en los objetivos que se habían fijado.
Esto se debió al largo auge económico de los principales países capitalistas, que durante un cuarto de siglo condujo a una renovación de la socialdemocracia en países como Alemania y Gran Bretaña, y del estalinismo en países como Francia e Italia. Debido a su impasse teórico y a la propia situación objetiva, el SICI desarrolló una teoría de entrismo general en los partidos socialdemócratas y comunistas, cualquiera que fuera el más fuerte. Esta era la táctica correcta en aquellas condiciones. Pero, lamentablemente, como en Gran Bretaña, aplicaron una táctica oportunista. En los partidos comunistas de Francia e Italia, se adaptaron al estalinismo, sin proponer una línea leninista revolucionaria firme. Incluso en condiciones difíciles, debería haber sido posible contrastar las políticas de la dirección con las de Marx y Lenin. El entrismo fue impuesto por la situación objetiva y la debilidad de las fuerzas revolucionarias, pero lo aplicaron de una manera puramente oportunista.
Como consecuencia, en Francia e Italia no se obtuvieron grandes avances y abandonaron los partidos comunistas prácticamente con el mismo número de afiliados con el que entraron. Como siempre, zigzaguearon entre una adaptación oportunista a la dirección y una posición ultraizquierdista, bloqueando así el camino hacia las bases. En los partidos socialdemócratas, capitularon ante el reformismo de izquierda en Alemania, Gran Bretaña, Holanda y Bélgica. Esto no podía dar ningún resultado, por lo que, en la práctica, aprobaron una resolución en la que declaraban que estos partidos ya no existían como partidos obreros de masas y adoptaron políticas completamente ultraizquierdistas en relación con ellos. Desgraciadamente, el Partido Comunista en Francia e Italia y la socialdemocracia en otros países seguían contando con el apoyo de la abrumadora mayoría de la clase obrera, por lo que apenas notaron el descontento de estos ultraizquierdistas y apenas se dieron cuenta de que se habían marchado.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, fueron culpables de una actitud ultraliberal infantil en prácticamente todas las cuestiones. Negaron la posibilidad de un auge económico del capitalismo europeo y mundial de la posguerra, que era inevitable dadas las políticas del estalinismo y el reformismo, que sentaron las premisas políticas para el renacimiento del capitalismo. Declararon que la economía de los países capitalistas no podía reconstituirse. ¡Nos dijeron que nos enfrentábamos a la recesión de la posguerra, en la que el capitalismo era incapaz de encontrar una salida! Ridiculizaron nuestro argumento cuando citamos a Lenin para señalar que, si no es derrocado, el capitalismo siempre encuentra una salida. Cuando los acontecimientos desmintieron sus afirmaciones, pontificaron solemnemente «marxistamente» que existía un «techo» de la producción, que era el nivel más alto que había alcanzado el capitalismo en el período anterior a la guerra. Por desgracia para nuestros economistas autodenominados marxistas, el «techo» pronto se rompió con el auge de la economía mundial.
Declararon que era imposible que el imperialismo estadounidense prestara ayuda a sus rivales. ¿Cómo podía Estados Unidos apoyar a sus rivales?, se burlaban irónicamente; ¿acaso los filántropos capitalistas iban a reforzar a sus competidores? En otras palabras, no tenían la más mínima idea de las relaciones de fuerza entre las clases y las naciones, de la relación de fuerzas entre Rusia y Estados Unidos. Su análisis económico en este periodo estaba al nivel de los estalinistas del «tercer periodo» del capitalismo en la década de 1930.
Nuevos periodos, nuevos dioses. En los años siguientes, como resultado del aplastamiento empírico de sus burdas «teorías», dieron un nuevo salto mortal. No es que su análisis fuera erróneo, sino que, obviamente, el capitalismo había cambiado. En secreto, creían que el análisis marxista de la crisis ya no era relevante. Sin atreverse a declararlo abiertamente, por miedo a ser tachados de revisionistas, aceptaron sin embargo los postulados básicos del keynesianismo, según los cuales la recesión podía evitarse mediante la intervención estatal y el financiamiento del déficit. Esto puede demostrarse con referencia a sus principales documentos económicos durante un período de dos décadas. En el documento de su Congreso Mundial de 1965, titulado La evolución del capitalismo en Europa occidental y las tareas de los marxistas revolucionarios, se afirma claramente que «si este auge continúa durante 1965 y la primera mitad de 1966, es probable que no se produzca una recesión general en Europa occidental. Si, por el contrario, se produce una recesión en Estados Unidos en 1965 o a principios de 1966, es probable que coincida con una recesión general en Europa occidental y que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se produzca una sincronización de los ciclos económicos de todos los países capitalistas importantes. Sin embargo, incluso en este último caso, solo se trataría de una recesión y no de una crisis económica grave como la de 1929 o 1938. La razón de ello, ampliamente considerada en documentos anteriores de la Internacional, es la posibilidad que tiene el imperialismo de «amortizar» la crisis aumentando los gastos estatales a costa de reducir continuamente el poder adquisitivo del dinero». (Página 3, nuestro énfasis).
Esta posición es hoy universalmente rechazada por los economistas burgueses serios. El SUCI no explicó el desarrollo del auge económico, sino que, por el contrario, se adaptó a las presiones de los «teóricos» burgueses. (Para una explicación más completa, véase ¿Habrá una crisis? y Perspectivas mundiales). Ahora que estas ideas están completamente desacreditadas, también cambiarán su posición al respecto. Los acontecimientos económicos los tomaron completamente por sorpresa y, en consecuencia, se adaptaron a todas las corrientes de la socialdemocracia, el estalinismo e incluso las corrientes burguesas de pensamiento en una mezcolanza completamente ecléctica, que hicieron pasar por teoría marxista.
En nuestros documentos del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, habíamos explicado que no se planteaba una guerra mundial interimperialista inminente, ni una guerra mundial inmediata dirigida contra la Unión Soviética, debido a la ola revolucionaria que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La burguesía europea solo podía consolidarse mediante la concesión de derechos democráticos y, en consecuencia, permitiendo la existencia y el fortalecimiento de poderosas organizaciones de masas de la clase obrera. Por lo tanto, no existían las precondiciones políticas para un ataque contra la Unión Soviética o la revolución china. Al mismo tiempo, pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, debido a la desmovilización forzosa de las tropas angloamericanas por la presión de los soldados y de la opinión pública en sus países, la relación de fuerzas, en lo que se refería a las fuerzas convencionales en Europa, había cambiado drásticamente a favor de la Unión Soviética.
Con 200 divisiones movilizadas, frente a poco más de una cuarta parte de las que tenían las potencias occidentales, si se llegara a una guerra convencional en Europa, los rusos arrasarían mucho más rápido que las fuerzas de Hitler en Francia y ocuparían toda Europa occidental. Con una superioridad aplastante en tanques, aviones y armas, las fuerzas que podían movilizar las potencias occidentales serían barridas en cuestión de días en Alemania y en cuestión de semanas en Francia [por los ejércitos del pacto de Varsovia].
En Asia, China era la mayor potencia militar del continente y, también aquí, dada la fuerza de la guerra revolucionaria o semi revolucionaria, al ganarse a los campesinos, las fuerzas chinas podían arrasar también Asia. Como resultado, el equilibrio mundial de fuerzas había cambiado drásticamente en detrimento del imperialismo. Sin haber aprendido nada en la escuela de Lenin y Trotski, estos dignos estrategas solo podían repetir el cliché de que «el capitalismo significa guerra», algo que cualquier escolar de 12 años que hubiera leído las obras de Lenin habría entendido. Pero esta fórmula no dice cómo, cuándo y en qué condiciones estallaría la guerra mundial. Como guía para la estrategia y la táctica, esto no nos dice nada. Especialmente en la era moderna, la guerra no es solo una cuestión de relaciones entre las potencias, sino sobre todo una relación entre las clases. Solo con un ajuste de cuentas sangriento y decisivo con los trabajadores sería posible una guerra mundial.
Las derrotas de los trabajadores en Alemania, Italia, Francia y España, y la destrucción de sus organizaciones prepararon el camino para la Segunda Guerra Mundial. Desde la Segunda Guerra Mundial, el poder de los trabajadores se ha reforzado enormemente y los imperialistas deben actuar en consecuencia con cautela.
Es cierto que desde la Segunda Guerra Mundial se han producido cada año guerras locales contra la revolución colonial y entre potencias menores. Del mismo modo, después de la Primera Guerra Mundial, hubo una guerra cada año hasta el holocausto final de 1939.
Además de todos los demás factores, sigue existiendo el problema de los medios de destrucción nucleares y otros medios terroríficos. Los capitalistas no hacen la guerra por hacerla, sino para ampliar su poder, sus ingresos y sus beneficios. La idea de la guerra no es aniquilar al enemigo, sino conquistarlo. Destruir al enemigo y ser destruido uno mismo no es ninguna ganancia. Destruir a la clase obrera, que es lo que significaría una guerra nuclear, sería destruir la gallina de los huevos de oro. La destrucción mutua significaría también la destrucción de la clase dominante.
Por consiguiente, solo los regímenes fascistas totalitarios, completamente desesperados y desequilibrados, tomarían este camino. Y aquí vuelve a plantearse la cuestión de la lucha de clases. La burguesía no entregará fácilmente su destino a nuevos dictadores maníacos como Mussolini y Hitler. En cualquier caso, antes de que pudieran hacerlo, sería necesaria la derrota sangrienta de la clase obrera.
Por lo tanto, trabajar con la perspectiva de una guerra mundial significaba en realidad no solo una falta de comprensión de todas las múltiples fuerzas sociales y militares involucradas, sino que era un programa del más profundo pesimismo. Imaginar que la guerra resolvería los problemas de la revolución socialista era tan imprudente como los estalinistas en Alemania, que imaginaban que la llegada al poder de los fascistas en Alemania prepararía el camino para el socialismo. En realidad, el estallido de una guerra mundial significaría una derrota decisiva para la clase obrera. Un holocausto nuclear significaría, con toda probabilidad, la aniquilación mutua de países y clases. En el mejor de los casos, un puñado de supervivientes podría lograr crear alguna forma de estado esclavista y comenzar de nuevo el desarrollo necesario de las fuerzas productivas materiales, que, junto con la clase obrera, son los requisitos previos absolutamente necesarios para el socialismo. Los posadistas no han hecho más que llevar al extremo las ideas de Pablo, Hansen, Germain [Mandel], Healy y compañía.
En cualquier caso, fueron incapaces de ver las contradicciones que aún existen entre los intereses de los propios imperialistas. Las potencias capitalistas de Europa occidental, incluida Gran Bretaña, no estaban interesadas en la victoria de un capitalismo ideal o del imperialismo estadounidense, sino en sus propios intereses creados. Una guerra mundial significaría, en el mejor de los casos, la destrucción de Europa occidental, al igual que Corea y Vietnam han sido destruidas por los bombardeos estadounidenses. Por lo tanto, estas potencias imperialistas no tenían ningún interés en una guerra que no podían ganar, que se libraría en sus territorios y que, incluso en el caso más favorable, solo beneficiaría al imperialismo estadounidense.
Una guerra convencional sería una perspectiva desalentadora para los estadounidenses. Comenzar en Calais y avanzar por todo el continente hasta Shanghái, Calcuta y Vladivostok sería una tarea imposible. Una guerra nuclear significaría, por primera vez, la guerra en suelo estadounidense. Significaría la destrucción de su base, de las ciudades y del poder industrial de Estados Unidos. Por lo tanto, el tema de la «guerra-revolución» no solo era reaccionario, sino también una fantasía. La posición de esta tendencia mostraba un desconocimiento total de los factores sociales reales relacionados con la guerra, un problema que no han comprendido hasta el día de hoy. En cada crisis, en cada conflicto entre la Unión Soviética y el imperialismo estadounidense, levantaban el grito del «Armagedón inminente».
En realidad, tanto la guerra de Vietnam como la de Corea, así como las demás guerras de la época de posguerra, fueron localizadas y limitadas por el acuerdo deliberado entre el imperialismo y las burocracias china y rusa. Durante todo ese período, el imperialismo ha estado a la defensiva contra las incursiones de la revolución colonial y la fuerza militar, industrial y estratégica de la Unión Soviética y la burocracia soviética.
Al obtener pocos resultados con su versión de la política dei entrismo, ahora se han pasado a un curso ultraizquierdista en los países capitalistas occidentales. Sin haber extraído una lección honesta de la experiencia del entrismo en los partidos socialdemócratas y comunistas, ahora avanzaron hacia las políticas de ultraizquierda en Alemania, Francia e Italia. Sin embargo, lograron combinar esto con una cierta dosis de oportunismo. El gobierno de Wilson de 1964 supuso la llegada de un «gobierno socialdemócrata de izquierda», según escribió uno de sus partidarios en Gran Bretaña. Sus opiniones fueron defendidas con entusiasmo por sus partidarios en Gran Bretaña y no fueron repudiadas por ellos. Los acontecimientos pronto les desilusionaron a este respecto. Al mismo tiempo, lograron encontrar una diferencia fundamental entre el gobierno de Wilson en Gran Bretaña y el de Willy Brandt en Alemania Occidental.
El eclecticismo no podía ir más allá. Las diferencias entre individuos no son importantes, aunque hubiera diferencias importantes entre Brandt y Wilson. En Gran Bretaña, la política oportunista en el Partido Laborista, por parte de sus protagonistas, no era más que un paso hacia aventuras estériles a la izquierda.
En Alemania, se negaron a trabajar con la juventud socialdemócrata de masas, centrando su atención en el movimiento estudiantil. Se trataba de una cuestión táctica, errónea, pero táctica al fin y al cabo. Se debería haber prestado cierta atención a los estudiantes, pero con el objetivo principal de educarlos para que comprendieran la necesidad de orientarse hacia el movimiento obrero. La clase obrera alemana, al igual que sus hermanos británicos, tiene que pasar por la experiencia de un gobierno socialdemócrata para comprender que el reformismo no puede resolver sus problemas. La clase obrera alemana, que ha retrocedido por la experiencia del fascismo y las políticas del reformismo y el estalinismo, solo puede ser educada con ideas revolucionarias poniendo a prueba a sus dirigentes mediante la experiencia de los gobiernos reformistas.
Una vez más, los elementos [potencialmente] valiosos entre los estudiantes fueron mal educados [por el SUCI], que cedió a sus prejuicios, en lugar de emprender la necesaria labor de educación marxista. Esto, a su vez, significa que en una etapa posterior se desanimarán y abandonarán. La tendencia es culpar a la clase obrera de lo que en realidad son sus propias deficiencias. En esto, como en todo, esta tendencia logró obtener los peores resultados de la experiencia. En Alemania, una tarea principal debería haber sido acercarse a los trabajadores socialdemócratas, especialmente a los jóvenes. Una tarea que son incapaces de llevar a cabo debido a su fracaso en el pasado.
No solo en Alemania, sino también en Francia, Italia, Estados Unidos y en todo el mundo, esta tendencia se ha entregado a lo que podría llamarse «estudiantilismo». El aspecto progresista de la ruptura de los estudiantes con la ideología burguesa, que se ha convertido en un fenómeno mundial, debía, por supuesto, ser reconocido y utilizado con el fin de atraer a los mejores estudiantes hacia las ideas del marxismo. Sobre todo, se debería haber explicado a los estudiantes que este fenómeno era un síntoma de la crisis social del capitalismo. Es un síntoma del giro hacia la izquierda que, en general, está adquiriendo un alcance mundial. En los países coloniales, en los países capitalistas avanzados y en los Estados obreros bonapartistas se observa el mismo fenómeno.
Es el barómetro de la crisis social que se avecina, pero a menos que eche raíces en los movimientos sindicales y obreros, está condenado a ser estéril e ineficaz. A menos que los estudiantes adquieran la disciplina de las ideas y los métodos marxistas, el movimiento se volverá estéril y degenerará en diversas formas de utopismo y anarquismo. Los estudiantes pueden constituir una valiosa levadura para la difusión de las ideas revolucionarias, pero solo sobre la base de las ideas marxistas y de la comprensión de las limitaciones de los estudiantes y su papel en la sociedad.
Los acontecimientos [de mayo de 1968] en Francia constituyen una nueva y quizás decisiva prueba para todas las tendencias del movimiento revolucionario. La prueba de fuego para los revolucionarios es la revolución. En este crisol, el oro de las ideas revolucionarias pronto se separará de los elementos y las aleaciones inferiores. Habiendo negado la posibilidad de la revolución en Occidente durante todo un período histórico, los acontecimientos de Francia los tomaron naturalmente por sorpresa. Partiendo de un profundo pesimismo sobre el potencial de la clase obrera en los países occidentales, pasaron al ultraizquierdismo más irresponsable. El completo fracaso a la hora de comprender que, durante un nuevo período histórico, los partidos comunistas tendrán un papel decisivo, los condena al sectarismo más absoluto. Imaginar que todos los procesos de la revolución que comenzaban a desarrollarse en Francia tendrían un desenlace en cuestión de semanas o días era no comprender el ABC de la revolución. No comprendieron la debilidad de las fuerzas revolucionarias como factor de la situación, ni la necesidad de acercarse a las masas del Partido Comunista. En cambio, la necesidad de congraciarse con las ideas descabelladas de la izquierda estudiantil les llevó a realizar toda una serie de gestos y movimientos ultraizquierdistas. El boicot a las elecciones y el boicot a las elecciones estudiantiles que siguió fue una irresponsabilidad que solo podía beneficiar a la dirección del Partido Comunista, que aún contaba con el apoyo de la abrumadora mayoría de la clase obrera.
No tuvieron en cuenta el hecho de que el Partido Comunista recuperaría sus pérdidas como alternativa al partido gaullista. Hasta el día de hoy no han preparado a sus seguidores para un nuevo e inevitable período de frente popular, al que recurrirá la burguesía como medio para romper una nueva ofensiva de la clase obrera. Sin embargo, nuestra tendencia ha analizado en profundidad el desarrollo de la revolución en Francia, que se encuentra solo en sus inicios, por lo que no es necesario repetir aquí estas ideas. Solo hay que añadir que todas las tendencias de la izquierda revolucionaria en Francia están en declive en este momento, debido a su incapacidad para analizar y comprender los vaivenes de la revolución; que los períodos de calma, incluso de reacción, prepararán el camino para la movilización revolucionaria de las masas y una nueva ofensiva por parte de la revolución.
Los acontecimientos indican que no solo en Francia, sino también en otros países donde el Partido Comunista es el principal partido de la clase obrera, solo una escisión masiva dentro de las filas del Partido Comunista puede preparar el camino para el desarrollo de un partido revolucionario de masas alternativo. En los países donde la socialdemocracia es la fuerza dominante, se aplican consideraciones similares. La experiencia histórica de las últimas cinco o siete décadas indica la corrección de este análisis.
Las cuestiones planteadas en su Congreso Mundial de 1965, en el que fue expulsada la sección británica, han sido suficientemente documentadas en el material de nuestra tendencia, y el documento sobre nuestra expulsión ha demostrado su incapacidad para tolerar una tendencia marxista genuina y honesta dentro de sus filas. La negativa a discutir o a tolerar un ala marxista dentro de sus fuerzas es una indicación de los procesos reales que se desarrollan dentro de esta organización y de su tendencia orgánica hacia el sectarismo pequeñoburgués, el utopismo y el oportunismo.
La historia de la organización ceilanesa ofrece una lección instructiva sobre lo que sucede cuando una tendencia revolucionaria no extrae las lecciones de cada período. Esta era la única organización de masas de la IV Internacional y el partido de masas de la clase obrera en Ceilán. Pero precisamente por eso fue presa de todas las tendencias a la degeneración, de las presiones de las fuerzas de clase hostiles a las que están sometidas las organizaciones de masas. Las políticas incorrectas durante 25 años de la llamada dirección internacional significaron que, en lo que respecta a Ceilán, no tenían control sobre los diputados ni sobre la dirección. Al ser agrupaciones pequeñas en la mayor parte del mundo, solo podían poseer una autoridad política y no organizativa. Al estar en bancarrota en este aspecto, sus débiles intentos de gestos organizativos solo podían ser tratados con desprecio.
Esto precipitó el apoyo a una escisión inmediata cuando el Partido Lanka Sama Samaja [LSSP] adoptó una posición oportunista en relación con un gobierno de coalición [en 1964], lo que solo serviría para aislar a los elementos revolucionarios y dejarlos impotentes y ultraizquierdistas. La consecuencia ha sido el reforzamiento de la posición del LSSP y el declive y las escisiones en la sección que se separó. La tarea inmediata de cualquier agrupación [marxista de oposición] dentro o fuera del LSSP debería haber sido orientarse hacia la organización de masas de los trabajadores, en este caso el propio LSSP. Sin embargo, la autoridad política solo puede ganarse a lo largo de años y décadas, demostrando la corrección de las ideas de una dirección revolucionaria, de su método, de su análisis. Pero, por supuesto, esto es algo que brilla por su ausencia. Intentaron sustituir esta autoridad real, una autoridad genuina, por medidas administrativas, que solo dieron lugar a una serie de escisiones humillantes y debilitadoras.
En su Congreso de la USFI de 1965, presentaron una «nueva» teoría, la del capitalismo y el Estado «fuerte». Se trataba de una extensión de su teoría [de 1945] de que los Estados bonapartistas estaban a la orden del día en Europa occidental, que el capitalismo ya no podía permitir la existencia de derechos democráticos y que, por lo tanto, solo podían establecerse regímenes dictatoriales en Europa occidental. Revivieron esta teoría, que nunca había sido repudiada oficialmente en el pasado, con una nueva versión del Estado «fuerte». En Francia, Alemania, Gran Bretaña, en todas partes, la burguesía iba a sustituir la democracia por un régimen bonapartista.
Este análisis no tenía en cuenta la fuerza y el poder de las organizaciones de la clase obrera, el cambio en la relación de fuerzas entre las clases, la vacilación de la pequeña burguesía y, en estas condiciones, lejos de que la burguesía pudiera imponer su voluntad a la sociedad, esta tendía a inclinarse hacia la izquierda. El intento de imponer políticas de precios y salarios ha tendido a fracasar en los principales países capitalistas. Lejos de que el Estado asumiera poderes dictatoriales, salvo en Grecia (por razones especiales), la tendencia ha sido en sentido contrario.
En algunos países ha habido una tendencia a la radicalización de masas, pero en ningún lugar la burguesía ha encontrado posible imponer su dominio mediante la instauración de un Estado policiaco militar. El movimiento de los estudiantes hacia la radicalización, en el que depositan tantas esperanzas, es un movimiento en sentido contrario. El único Estado «fuerte» reciente en Europa, el de De Gaulle, fue barrido por el primer movimiento real de las masas obreras. En cualquier caso, el bonapartismo de De Gaulle fue la forma más democrática de bonapartismo que ha existido jamás. No por casualidad. Su debilidad era una expresión del enorme poder latente en la clase obrera.
El propio desarrollo de la industria ha supuesto a su vez un enorme refuerzo del poder de la clase obrera. Antes de que pueda producirse un giro hacia la reacción decisiva, tendrá que haber un ajuste de cuentas sangriento con la clase obrera. Pero esto, a su vez, significaría poner en juego el destino de la burguesía en la lucha. Por consiguiente, la burguesía tomará este camino con extrema renuencia. En ningún lugar existen organizaciones fascistas fuertes, como las que existían en el período anterior a la guerra, especialmente en la década de 1930. Después de la experiencia con los fanáticos fascistas, la burguesía solo se pondría en manos del fascismo con extrema renuencia.
Por otro lado, un Estado «fuerte» en su forma bonapartista no es capaz de mantenerse durante mucho tiempo sin una base de masas. Por lo tanto, lo que está a la orden del día son quizás métodos y leyes reaccionarios por parte del Estado burgués, pero no una dictadura policial militar. En todo el mundo burgués, en el ocaso del capitalismo, no son Estados «fuertes» sino Estados extremadamente débiles y paralizados a los que se enfrentan la clase obrera y el movimiento revolucionario.
Toda la táctica de la llamada «oposición extraparlamentaria» en Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña son manifestaciones de oposición verbal. Son indicios de ideas de clase media y anarquistas, más que del marxismo. La tarea de los estudiantes y los radicales en general es, en primer lugar, educarse a sí mismos con las ideas sobrias del marxismo, en lugar de con las diatribas del romanticismo revolucionario, y luego acercarse a las masas. La capitulación del SUCI ante esta radicalización verbal es una expresión de una completa falta de comprensión de la dialéctica de la lucha de clases y los métodos del despertar de la clase. La tarea es, al mismo tiempo, mantener la intransigencia teórica con flexibilidad táctica para acercarse a la clase obrera. Toda la historia de esta tendencia es vergonzosa.
Ahora hemos retrocedido a una posición cercana a nuestro punto de partida, la de pequeños grupos que luchan contra la corriente de las tendencias oportunistas. Históricamente, el movimiento marxista ha sufrido un gran retroceso debido al aislamiento del movimiento de masas.
En un sentido, somos afortunados históricamente. Si en lugar de pequeñas sectas hubieran tenido organizaciones de entre 10 000 y 50.000 miembros en Francia, Estados Unidos y otros países, el curso ultraizquierdista de este grupo y de los diversos grupos que lo rodeaban habría causado un daño enorme al movimiento de masas. Habría sido como la política de la Comintern en su fase ultraizquierdista de los años treinta, cuando la política y las actitudes frívolas hacia las organizaciones de masas provocaron el aislamiento de la clase obrera. La victoria de Hitler en Alemania se preparó de esta manera. A su manera, las payasadas de todas las tendencias en Francia han facilitado enormemente la recuperación del prestigio y el poder sobre la clase obrera por parte de la dirección del Partido Comunista y los reformistas. En otros países, en la medida en que han tenido algún efecto, han contribuido con éxito a aislar a los estudiantes del movimiento obrero.
Las crudezas teóricas y los errores políticos fundamentales de la camarilla que pretende representar a la Internacional se remontan al período posterior a la guerra. Habiendo aprendido poco en la escuela de Trotski, fueron incapaces de reorientar el movimiento hacia los grandes acontecimientos. Si hubieran llevado a cabo una autocrítica honesta de sus errores en ese momento, y hubieran hecho un análisis a fondo de sus errores y las razones de estos, podrían haber construido el movimiento sobre bases firmes. Pero habiéndose quemado los dedos repitiendo lo que creían que eran las recetas de Trotski, estos cocineros decidieron que el «Libro de cocina de la revolución» no servía, y procedieron a tirar por la ventana sin ceremonias las enseñanzas de los grandes maestros. Abandonaron las ideas teóricas del marxismo y procedieron basándose puramente en el empirismo y el impresionismo.
Nuestra tarea, a nivel nacional e internacional, sigue siendo básicamente la misma que ha sido durante las dos últimas generaciones. Esa tarea es la defensa y la extensión de las ideas revolucionarias básicas del marxismo. La razón de la degeneración de las sectas, las más importantes de las cuales son las reunidas en torno a la bandera del SUCI, radica en el desarrollo histórico de nuestra época. La presión del capitalismo, el reformismo y el estalinismo, en un período de auge capitalista en Occidente, la consolidación temporal del estalinismo en Oriente y las perversiones de la revolución colonial, como se explica en el material anterior, fueron las causas de la degeneración de todas las sectas que proclamaban ser la Cuarta Internacional.
Pero una explicación no es una excusa. La necesidad tiene dos caras. En la historia anterior, la degeneración de la Segunda y Tercera Internacionales, debida a factores tanto objetivos como subjetivos, no era una justificación de los dirigentes que habían abandonado el marxismo. Tampoco justificaba el reformismo ni el estalinismo. Del mismo modo, no hay justificación para los crímenes de sectarismo y oportunismo cometidos por los dirigentes de la llamada Cuarta Internacional durante más de una generación. Una cosa es cometer un error episódico. Incluso las tendencias más revolucionarias y con mayor visión de futuro cometen errores. Pero la repetición continua, el zigzagueo constante entre el oportunismo y la ultraizquierda, deja de ser un error y se convierte en una tendencia. Es esta tendencia la que hemos analizado a lo largo de la historia. Una tendencia que, al igual que los estalinistas y los reformistas que la precedieron, se niega a analizar sus errores para corregirlos.
Una tendencia de este tipo nunca podrá estar a la altura de las tareas que le plantea la historia. Continuará interminablemente con escisiones y maniobras, con dictados que no tienen relación alguna con una autoridad genuina basada en la experiencia política. Una tendencia de este tipo nunca podrá continuar las tradiciones del bolchevismo, las tradiciones del trotskismo. Son el estiércol de la historia, que, al no ser esparcido por los campos, no puede dar frutos revolucionarios, pero al quedar al aire libre ha comenzado a oler mal. Muchos de los elementos más jóvenes pueden lograr romper con este ambiente envenenado y ayudar a construir la nueva Internacional. Para una tendencia revolucionaria de masas, no basta con tener la tradición, el método y las políticas del marxismo. Es necesario también que la corriente de la historia esté a favor de la tendencia. Así fue con los bolcheviques.
Sin embargo, para una pequeña tendencia revolucionaria es esencial, una necesidad absoluta, mantener las ideas básicas, al tiempo que se les añaden otras de forma consciente y abierta sobre la base de la experiencia. Sin esto, es la muerte de una tendencia como fuerza revolucionaria. Si una tendencia así no puede aprender de la experiencia de los acontecimientos, está condenada a seguir siendo una secta y a provocar nuevas derrotas y la desintegración del movimiento. Desde el punto de vista de la historia, no hay absolutamente ninguna excusa para la sucesión continua de errores del SUCI. Los errores son graves, la incapacidad de rectificarlos, fatal.
Lenin y Trotski corrigieron meticulosamente hasta el más mínimo detalle cualquier error teórico con el fin de mantener la agudeza de la teoría como vanguardia del bolchevismo. Una tendencia como la del SUCI nunca podrá estar a la altura de las tareas que plantea la historia. Los estalinistas y los reformistas tienen organizaciones de masas. Los marxistas tienen la teoría revolucionaria, que históricamente transformarán de una pequeña cualidad en una cantidad revolucionaria. Sin organización de masas ni teoría marxista, no hay futuro. Esta tendencia está condenada históricamente. En cada etapa del desarrollo de los acontecimientos, los marxistas británicos han actuado en general de manera correcta. En lo que se refiere a los problemas fundamentales, los documentos pueden publicarse y constituyen una contribución al marxismo durante un período de 25 años.
El fracaso de las fuerzas del trotskismo en la construcción de una Internacional viable puede entenderse a partir de la experiencia de la época. Al mismo tiempo revolucionaria y contrarrevolucionaria, con el proletariado enfrentado a obstáculos formidables en forma de organizaciones socialdemócratas y estalinistas, era inevitable que surgieran grandes dificultades en el camino hacia la creación de tendencias revolucionarias de masas.
El nuevo período abierto por la revolución francesa inicia una etapa completamente nueva en el desarrollo del proletariado. La iniciativa y la acción de masas pondrán a prueba a las poderosas organizaciones del estalinismo y la socialdemocracia. En estos acontecimientos, las organizaciones de masas expulsarán un ala revolucionaria o cuasi revolucionaria, pero estarán condenadas a una serie de escisiones catastróficas tanto a la izquierda como a la derecha. En el transcurso de esta experiencia, los trabajadores pondrán a prueba no solo a las organizaciones de masas reformistas y estalinistas, sino también a las diversas tendencias sectarias y centristas —maoístas, castristas, guevaristas y otras tendencias que han proliferado debido a la ausencia de un polo revolucionario de atracción de masas—. Los acontecimientos pondrán al descubierto políticamente las insuficiencias y la ineficacia de todas las variedades del reformismo y el estalinismo. Las fuerzas frescas de la nueva generación, no solo entre los estudiantes, sino, lo que es mucho más importante, entre la clase obrera, buscarán el camino revolucionario.
Sobre la base de los acontecimientos, se formarán tendencias revolucionarias de masas en los países occidentales, donde el estalinismo es la corriente principal, en los partidos comunistas, y donde los reformistas son una tendencia de masas, dentro de los partidos socialdemócratas. El período que Trotski previó con confianza en el período inmediatamente anterior a la guerra, se abre ahora en circunstancias históricas diferentes. Las ideas del marxismo, que hemos mantenido durante toda una generación, comenzarán a tener una audiencia de clase.
A nivel nacional e internacional, las ideas de nuestra tendencia pueden ganar un apoyo de masas a lo largo de la época. Nuestra lucha por construir el movimiento tendrá su efecto a nivel internacional. Nuestra tarea consiste en construir una tendencia viable en Gran Bretaña, que tenga los recursos y la autoridad para hacerse oír entre los elementos avanzados de todo el mundo. Es imposible detallar las formas en que esto se llevará a cabo, pero con iniciativa y ímpetu, podemos lograr difundir la influencia de nuestra tendencia.
En los días oscuros de la Primera Guerra Mundial, los marxistas quedaron reducidos a un puñado, pero sobre la base de los acontecimientos, llevaron a cabo una revolución victoriosa en Rusia en 1917 y prepararon el camino para la construcción de partidos revolucionarios de masas. Históricamente, los bolcheviques mantuvieron la rigidez de las ideas revolucionarias gracias a la influencia de Lenin y Trotski. Con corrientes históricas adversas, las ideas fueron barridas. En una nueva época histórica, las ideas volverán a ganar una audiencia masiva, reforzadas por la rica experiencia del último cuarto de siglo. Las otras tendencias que se dicen trotskistas serán puestas a prueba. Serán reducidas a cenizas en el fuego de los acontecimientos.
El capitalismo, por un lado, en el mundo desarrollado y subdesarrollado, se encontrará en un callejón sin salida. Por otro lado, el estalinismo revela cada vez más su incompatibilidad en los países no capitalistas con la nacionalización y la economía planificada. Este callejón sin salida de la burguesía y la burocracia estalinista se refleja en la esterilidad económica y política de sus teóricos. El colapso de los estalinistas en grupos nacionales enfrentados en los países donde tienen el poder y en los países donde están en la oposición, indica la bancarrota del estalinismo.
El reformismo, por su parte, ha demostrado sus efectos nefastos tanto en los países donde los reformistas están en el gobierno como en los países donde están en la oposición. El dominio del movimiento obrero por estas tendencias ha extendido su influencia corruptora también a las pequeñas y débiles tendencias del trotskismo. Para ellos no hay salida, pero sobre la base del gran ascenso revolucionario que se avecina, la juventud se sentirá atraída por las ideas del trotskismo. Los bolcheviques en 1917, aunque no existía una Internacional revolucionaria, llevaron a cabo su revolución con el método, las ideas y el nombre de la Internacional. Eran internacionalistas de principio a fin. La mayor tarea internacional de los marxistas revolucionarios en Gran Bretaña es la construcción de una poderosa tendencia revolucionaria imbuida de los principios y tradiciones del internacionalismo, que pueda ayudar a construir una tendencia viable a nivel internacional y preparar el camino para la creación de la Cuarta Internacional.
Lenin y Trotski tuvieron ocasión de señalar muchas veces que si un error no se corrige, puede convertirse en una tendencia. El análisis de este documento muestra que durante 25 años, el SUCI ha ido dando tumbos de un error a otro. De una política errónea a su opuesta, y luego a un nivel aún más alto de errores. Esta es la marca de una tendencia completamente pequeñoburguesa. En lo que respecta a esta agrupación, al menos a su grupo dirigente, esto se ha convertido ahora en algo orgánico. Toda la perspectiva ha sido moldeada por los errores de un cuarto de siglo y se ha convertido en parte integrante de sus métodos de pensamiento, de sus hábitos de trabajo y de toda su perspectiva. Incluso dignificar esta tendencia llamándola centrista sería un cumplido.
En el caso de la Segunda Internacional, que es un movimiento de masas, su degeneración puede explicarse por las presiones de la sociedad, de la historia de la última parte del siglo XIX y principios del XX. Pero también se explica por la separación de la dirección de las bases y su alejamiento de la base de masas.
La Tercera Internacional partió de la tendencia de masas más revolucionaria que el mundo haya conocido jamás, una tendencia de masas internacional y revolucionaria. En una época revolucionaria (al mismo tiempo revolucionaria y contrarrevolucionaria), la degeneración de la Internacional, dejando de lado la cuestión del partido ruso, ha sido explicada en muchos documentos como el resultado de la presión de la burocracia y de su elevación por encima de las masas. A nivel internacional, la degeneración de la Tercera Internacional comenzó con la negativa a aprender y analizar las lecciones de los acontecimientos y a corregir los errores de la dirección estalinista. Este, entre otros factores, no fue el menos importante.
El trotskismo, la tendencia más revolucionaria y honesta de la historia, comenzó su trabajo sobre todo con un análisis de este proceso. Al partir sin las amplias masas, solo podía tener éxito como tendencia revolucionaria con una actitud seria hacia la teoría y los acontecimientos. Esta fue la lección de las obras de Lenin, y quizás aún más en las obras y la actividad de Trotski durante el período de declive teórico y degeneración. Habiendo abandonado esta preciosa herencia y sin el correctivo de la presión revolucionaria de las masas, el SUCI y otras tendencias similares se volvieron irresponsables. Las cuestiones teóricas no se consideraban seriamente, sino que se convertían en parte de los caprichos y antojos arbitrarios de la camarilla dirigente. Veinticinco años de este proceso han demostrado que son orgánicamente incapaces de transformarse organizativa y políticamente en la dirección del marxismo.
Sería una tarea desagradable documentar las maniobras organizativas de esta tendencia zinovievista. Basta mencionar aquí el documento que publicamos sobre nuestra expulsión del congreso de la USFI de 1965. Lenin calificó despectivamente a la Segunda Internacional de oficina de correos y no de internacional. Esta camarilla ni siquiera merece el nombre de oficina de correos. Tanto organizativamente como políticamente, están completamente en bancarrota.
¿Cómo se construirá entonces la Internacional? Hemos señalado muchas veces que en Gran Bretaña el movimiento solo se construirá sobre la base de los acontecimientos. Esto se aplica con igual fuerza a la cuestión de la Internacional.
En muchos documentos hemos explicado cómo los acontecimientos llevarán a la crisis a los partidos socialdemócratas de masas y a los partidos estalinistas de masas. Los acontecimientos en Occidente y en Oriente desempeñarán su papel. Pero, sobre todo, será decisivo el desarrollo en los países industrializados clave del mundo. Se abre un nuevo período en la historia del capitalismo en Occidente y del estalinismo en Oriente. Los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia y la agitación actual en Italia son solo el comienzo. El esbozo de la crisis en las relaciones entre las clases, no solo en Europa, sino también en Japón y Estados Unidos, así como en otros centros importantes, ya se está manifestando en la actualidad.
Bajo los golpes de los acontecimientos, el desarrollo de agrupaciones centristas de masas en los partidos estalinistas y socialdemócratas es inevitable. En la próxima década o dos estarán a la orden del día escisiones masivas de estas tendencias. Los acontecimientos en Rusia pueden transformar la situación internacional. Lo mismo ocurre con Estados Unidos y otros países industrializados de Occidente. Con el desarrollo de agrupaciones centristas de masas con un gran número de trabajadores que buscan una dirección revolucionaria, se creará un ambiente favorable o un caldo de cultivo para la recepción de las ideas marxistas. Debemos tratar de llegar a estos elementos a nivel internacional con las ideas y los métodos de Trotski.
De estas fuerzas de masas que se desarrollan dentro de estas organizaciones surgirán las fuerzas de masas de la Internacional. Los grandes acontecimientos harán que nuestras ideas y políticas sean más aceptables entre estos estratos, especialmente entre los trabajadores. Llegar a estos elementos será una parte importante de nuestro trabajo en el futuro.
Los acontecimientos también harán que los elementos más jóvenes e inteligentes de las otras tendencias que se dicen trotskistas sean receptivos a nuestras ideas. Muchos de los elementos más jóvenes serán ganados en estas condiciones.
Será la revolución española otra vez, pero con una crisis orgánica del estalinismo y el reformismo que los acontecimientos sacarán a la superficie. La clase obrera es mucho más fuerte, la reacción internacional mucho más débil, [lo que] prepara las bases para una ofensiva de los trabajadores. Entonces, tras un período de derrotas y reacción en una u otra forma, así como de importantes avances y éxitos, habrá un avance aún mayor de los trabajadores, y se preparará el camino para la creación de tendencias centristas de masas.
La revolución rusa se desarrolló a lo largo de nueve meses, sobre todo gracias a la fuerza del bolchevismo. La revolución española se desarrolló a lo largo de seis o siete años. Es muy probable que se produzca un largo período de revolución, debido a la debilidad de las fuerzas revolucionarias, como ya ha demostrado el ejemplo de Francia. Es en este largo proceso donde se nos brinda la posibilidad de intervenir. Los elementos revolucionarios que se desarrollarían en los partidos centristas de masas buscarían ideas, políticas y métodos de trabajo revolucionarios coherentes.
Esto es lo que hace vital y subraya la necesidad de continuar y ampliar nuestro trabajo internacional. Debemos desarrollar y ampliar nuestro trabajo entre los contactos, grupos e incluso individuos a los que podemos llegar en otros países. Nuestras críticas y el contraste con la política de otras tendencias deben darnos la posibilidad de ganar una base. Por lo tanto, esto sigue siendo una parte importante de la actividad de nuestra tendencia, tanto a nivel nacional como internacional.
Sin embargo, una parte importante del trabajo internacional consiste en construir una tendencia viable en Gran Bretaña. Por eso la cuestión de la sede, la prensa y los liberados es de vital importancia, no solo en nuestro trabajo nacional, sino también en el internacional. El principal argumento del SUCI y otros nunca ha sido una crítica a nuestras ideas teóricas, sino una denigración de nuestro trabajo. «¿Quiénes son?», «¿Qué han construido?», «Son incapaces de construir una tendencia»: tal era la línea principal del veneno que inyectaban entre los jóvenes camaradas, especialmente entre bastidores. La construcción de una tendencia viable y poderosa en Gran Bretaña demostraría en la práctica no solo la corrección de nuestras ideas, sino también nuestros métodos de trabajo y de organización. Sus calumnias quedarían refutadas en la práctica. El colapso del Partido Comunista Revolucionario supuso un golpe para el movimiento a nivel nacional e internacional, que ahora estamos tratando de reparar.
El bolchevismo creció internacionalmente gracias al éxito de la Revolución de Octubre. Esto, a su vez, dependió de la organización del partido ruso, así como de las ideas teóricas y políticas de Lenin y Trotski. Nos enfrentamos aquí a un proceso similar, tomando las cosas en su justa medida, por supuesto, en el sentido de que aún tenemos que resistir la prueba de la historia y construir una tendencia de masas.
Mucho más que en cualquier otro período de la historia, se está preparando el terreno para explosiones revolucionarias en los países industrialmente desarrollados, y no en menor medida en Gran Bretaña. Sobre la base de los desarrollos revolucionarios, las ideas serán acogidas con entusiasmo por los trabajadores que buscan a tientas el marxismo. La intervención en estas condiciones en situaciones revolucionarias en otros países puede ser muy fructífera.
En cierto modo, estamos más preparados que en el pasado para tales intervenciones, porque ya contamos con compañeros que hablan las principales lenguas europeas. Sin duda, sus servicios serán cada vez más necesarios en la época que se avecina. Pero también es una cuestión de dinero y recursos. Tenemos muchas críticas al SWP estadounidense, pero sobre la base de la marea revolucionaria que ahora está en sus inicios en Estados Unidos, y aunque por el momento se encuentra principalmente entre los estudiantes, ¡se ha informado de que el SWP cuenta con sesenta liberados solo en Nueva York!
Para las tareas mínimas a nivel nacional e internacional, necesitamos al menos una docena de liberados. Podemos decir que, con nuestros modestos éxitos, la verdadera historia de nuestra tendencia apenas está comenzando; pero con nuestra propia prensa, nuestros propios locales y más profesionales, podemos dedicarnos de manera mucho más seria al desarrollo de nuestro trabajo a escala internacional. Con recursos de este tipo, podemos comenzar la publicación de un análisis detallado de las políticas de las otras tendencias con el propósito específico de influir en el extranjero. Podemos comenzar la publicación, no solo en inglés, sino también en otros idiomas, de este material y de nuestros propios análisis y documentos teóricos. Podemos llevar a cabo un trabajo serio. Así, la tarea de reunir los elementos que formarán una nueva internacional va de la mano con la construcción de nuestra propia organización.
Mayo de 1970
(1) Todavía en 1947, en una conversación con Stuart [Sam Gordon], entonces uno de los líderes del SICI, mientras trataba de explicar las condiciones cambiadas, uno de los líderes de la Sección Británica fue interrumpido por él diciendo: «Ah, sí, solo estamos en 1947, todavía queda un año para el pronóstico de Trotski». Toda la guerra y el período de posguerra le habían pasado por alto a él y a sus compañeros de pensamiento del SICI.
En 1938 se había fundado la Liga Internacional de los Trabajadores [WIL]. Esto había sido consecuencia de la expulsión de un grupo de camaradas del Militant Group por una cuestión organizativa. Más tarde ese mismo año, la WIL se negó a participar en una fusión sin principios entre diferentes agrupaciones, algunas entristas y otras no, con la fórmula deliberadamente ambigua de la unidad en ambas tácticas, que, según declaró la WIL, tenía como objetivo paralizar la nueva organización y provocar una escisión. Era una fórmula para unir tres organizaciones en diez. Los acontecimientos lo confirmaron posteriormente. JP Cannon, que fue fundamental para conseguir esta «unidad», y los líderes del SWP estadounidense, emprendieron una vendetta contra quienes dirigían la WIL.
En la conferencia fundacional del Partido Comunista Revolucionario [RCP- en 1944], sus partidarios declararon solemnemente que, con la fusión de todos los elementos trotskistas, ya no existían diferencias políticas. En consecuencia, declararon disuelta su facción «internacionalista». Esto fue recibido con carcajadas en la conferencia, lo que provocó la indignada protesta del representante de la Internacional. Esto no impidió que el representante estadounidense y el representante internacional, Phelan [Sherry Mangan], se reunieran en secreto esa misma noche con Healy y otros líderes de su camarilla, en su hotel, para decidir la mejor manera de deshacerse de la dirección anti internacionalista del RCP, ¡que debía ser destruida!
El RCP, del que la WIL era el principal componente, obtuvo rápidos avances, debido, entre otras razones, al apoyo de los líderes laboristas, estalinistas y sindicales a la coalición de guerra. Siguió una táctica flexible y, con métodos y políticas correctos, logró obtener un apoyo modesto pero importante en todas las principales zonas industriales del país. En su apogeo, fue un componente importante de la clase obrera. La razón de su colapso no es el tema de este documento, sino que se tratará cuando se escriba la historia del trotskismo británico.
Aquí hay que señalar que la WIL, aunque no estuvo presente en la conferencia fundacional de la IV Internacional en 1938, había sido invitada a enviar delegados, pero no pudo hacerlo por razones económicas. No obstante, envió una declaración que fue falsificada por Cannon para conseguir que se rechazara su afiliación como simpatizante. A pesar de que en aquel momento estaba fuera de la Internacional, Trotski no la atacó, sino que, por el contrario, le envió una carta de felicitación por la introducción a su folleto sobre las Lecciones de España y por la adquisición de una pequeña imprenta.
En cuestiones organizativas, la Internacional se ha visto plagada por la herencia del zinovievismo y la política faccionalista, los pactos secretos y la política de «hombres clave», de la que Cannon, entre otros, era culpable a pesar de sus dotes como líder obrero. Este tipo de métodos siempre surgen del atraso teórico y, en última instancia, de políticas incorrectas. La tarea de una dirección, nacional e internacional, es convencer mediante la discusión y la experiencia. Es inútil agitar el garrote de la organización.
En los días de Lenin y Trotski, incluso con la inconmensurable autoridad política que tenían internacionalmente, siempre se esforzaron por discutir las cuestiones teóricas y por ganar a la gente convenciéndola, más que imponiendo sus políticas. Desde la muerte de Trotski, que siempre enfatizó la necesidad de una bandera limpia, los métodos del zinovievismo se han infiltrado en la política de las tendencias que pretenden representar a la IV Internacional. Sin embargo, este documento no pretende tratar tanto las cuestiones organizativas como las divergencias políticas fundamentales con las ideas del marxismo que se han producido en las últimas tres décadas.
El RCP y su precursor, la WIL, proporcionaron lecciones objetivas sobre cómo deben abordarse las cuestiones organizativas. El RCP participó en el movimiento obrero con tácticas flexibles. En las condiciones dadas, llevó a cabo su trabajo bajo su propia bandera, pero siempre de cara al movimiento de masas. Habrá que escribir la historia completa del RCP y sus logros. La dirección del SWP estadounidense y de la Internacional persiguieron la política de camarillas hasta el punto de utilizar la presión de los recursos que poseían para garantizar la aceptación de sus ideas. De este modo, continuaron en pequeña escala las políticas del zinovievismo también en este aspecto.
(2) En el Congreso Mundial de 1965 [SUCI], la delegación de nuestra organización cuestionó la siguiente formulación de su documento El desarrollo de la disputa chino-soviética y la situación en el movimiento comunista internacional: «En China, la lucha contra la burocracia y su régimen, y por la democracia proletaria, no puede ganarse sino mediante una lucha antiburocrática a una escala lo suficientemente masiva como para provocar un cambio cualitativo en la forma política de gobierno». (página 8)
Exigimos saber si esto significaba que la Internacional sostenía que era necesaria una revolución política en China antes de que pudiera comenzar el movimiento hacia el socialismo. Livio [Maitan], en nombre de la «mayoría», respondió que el antiguo Secretariado Internacional (él mismo, Frank, Mandel y Pablo) creía que la revolución política no era necesaria, mientras que el SWP estadounidense sostenía que sí lo era. La formulación del documento era, por lo tanto, un «compromiso».
(3) El SWP estadounidense, junto con Healy y Lambert, se escindió del SICI en 1953. En 1963, el SWP estadounidense se reincorporó al SICI, que pasó a llamarse Secretariado Unificado de la IV Internacional (SUCI). El propio Pablo se escindió del SUCI en 1964.